Latinoamérica

Pompas

Al bolivarianismo, que aspira a convertirse en dinastía perpetua, le faltaba un toque reaccionario cuqui/kitsch y lo está encontrando, según se ve en sus ceremonias imperiales

La concluida turné del presidente Sánchez por Latinoamérica al menos ha servido para admirar los trajes uniformados, de vivos colores, con que adornan las galas presidenciales unos gobernantes que estaban ayunos de prosopopeya, pompa y circunstancia, y parece que se están desquitando. Reniegan de lo monárquico, pero lucen más airones, copetes y remates que Luis XIV. Penachos de rozagante amarillo independentista, rojos sanguinolentos esplendorosos cubriendo la testa de postillones engalanados cual pavo en Pascua protestante, faetones conducidos por aurigas con más plumas que Locomía… Deducción: el bolivarianismo está exhibiendo gozoso unos imaginarios ropajes litúrgicos, e inventa en cada uno de los países donde impera nuevos disfraces de aire decimonónico, completamente disparatados, cuyo dislate, más que añadir solemnidad a las ceremonias, las convierte en un desfile solo apto para mentes psicodélicas.

Al bolivarianismo, que aspira a convertirse en dinastía perpetua, le faltaba un toque reaccionario cuqui/kitsch y lo está encontrando, según se ve en sus ceremonias imperiales. Pero se le está yendo un poco la mano… Con sus postizos y boatos «fakes», induce al entusiasmo hilarante, obliga al público a aplaudir como alegres creaturas, algo incompatible con cuadrarse y cantar «La internacional» con gesto de soviético sargento camino de Chernóbil. Lo siento, pero ésta que lo es se pierde entre los recién creados misterios y oficios de la nueva mayoría de progreso plurinacional neocastrista latinoamericana y/o españolaza. Hay tanto sombrero y esponjoso chirimbolo, que una descamina el sentido del escalafón.

En Honduras (¿qué se le habrá perdido a Sánchez en Honduras…?), recibieron al presidente de la autoexhortativa «República independiente y popular de España» entre soldaditos arreglados con penachos tono de colorante alimentario. Y luego está aquello de la espada de Bolívar, en Colombia... En fin, reflexiono que por todo eso no serviría yo para la política: porque preferiría la espada de Darth Vader a la de Bolívar. Total, las dos serían igual de falsas, y ya puestos me gusta más una láser. Pues confío en el modernuqui láser mucho más que en una arcaica navaja. (Sobre todo, para la depilación definitiva).