Política

Hombre rico, hombre pobre: vuelve la lucha de clases

Hablamos, en este momento y en esta España de gordos con tonel, de un impuesto pancarta, soez como las pintadas de los váteres

Todo régimen ha de tener un enemigo a batir, los judíos, los moros, los homosexuales, los masones, en fin, un grupo sobre el que bruñir la furia y entretener del problema real. El sanchismo ha elegido a los ricos, esa miscelánea, esa ocurrencia a la hora de sacar dinero en un cajero imaginando que no paran de salir billetes de cien euros. Los ricos no pasarán por el ojo de la aguja con la que Moncloa hila fino la reelección del presidente eterno.

Sánchez tuvo una oportuna revelación cuando Feijóo tomó el poder del Partido Popular: no iba a ganar al nuevo rival con la levadura del hombre blandengue y la ley trans, esa confabulación identitaria de la nueva izquierda que se topa (ahora todo se topa de alguna manera) con el sentido común de los comunes, a saber, que no hay tanto trans como para que las urnas voten con su perspectiva por más que una urna con su ranura encima pueda encajar con la imagen de la violencia machista; tendría que preguntar el interventor si solo sí es sí. Esta subordinada es lo contrario a la frase clara del Gobierno: los ricos son malos y van a pagar todo los que os deben. Si le votamos nuestras carencias desaparecerán. Ya están los del puro para pagarlas.

Sánchez vuelve así a refundar la socialdemocracia, de una manera simple pero malicio que un tanto eficaz para amarrar a los suyos de siempre. Por eso aspira a tomar las riendas de la Internacional Socialista. Dejará a Podemos en la planicie de las batallas culturales mientras él, como el Jean Valjean de «Los miserables», escalará hasta hacer justicia ante el malvado Javert, pues la lucha de clases que está reinventando el PSOE es un musical arrumbado del que todo el mundo conoce el estribillo, de ahí su éxito.

Si esta es la gran aportación de Sánchez a los problemas de 2022 pues apaga (la luz está muy cara) y vámonos. Es profusa la literatura económica que recomienda enterrar el impuesto de patrimonio, no digamos el nuevo de «las grandes fortunas». Antes la clase media iba a Portugal a comprar toallas y ahora los ricos colonizan Lisboa como la capital del «glamour», una Casablanca sin guerra (por ahora) porque allí, como saben, disfrutan de una baja fiscalidad.

Perseguir a los «ricos», castigarlos y pasearlos por las calles con orejas de burro como en un auto sacramental no hará que los pobres sean menos pobres, es más, igual los hace más pobres todavía. Hablamos, en este momento y en esta España de gordos con tonel, de un impuesto pancarta, soez como las pintadas de los váteres.