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La democracia no debería convertirse en un juego de lucros y provechos particulares, ni estar tan expuesta a la manipulación artera

La prensa norteamericana cuenta que, en esta campaña electoral de medio mandato, los demócratas han seguido una estrategia que puede haber obtenido un inquietante éxito arrollador: han financiado a líderes republicanos trumpistas extremados, valga la redundancia. Simpatizantes demócratas han puesto 53 millones de dólares en 9 estados para aupar candidaturas republicanas en las elecciones primarias de ciertos políticos republicanos con el perfil «más radical». ¿Pero cómo puede ser que una campaña sea victoriosa si justamente se ponen recursos en las filas del adversario político? El secreto es sencillo: consiste en estimular al «extremo» contrario. Es decir: financiar a los candidatos más drásticos y cerriles de las filas oponentes para que ganen nominaciones dentro de su partido y luego opten a competir con demócratas que, por contraste, ofrecerán un perfil templado y civilizado. La estrategia es audaz. Todo indicaba que el partido demócrata de Biden iba a perder estas elecciones, pero la radicalidad enloquecida de Trump y sus sacristanes republicanos más montaraces, aupados a las cabezas de lista con ayuda del dinero de donantes con simpatías demócratas (y seguramente con muchos intereses también), puede haber cambiado el tablero político del poder. Lo que se deduce de esta estrategia es que con poco dinero se puede transformar un Congreso, un Senado y un país entero. Pero la democracia no debería convertirse en un juego de lucros y provechos particulares, ni estar tan expuesta a la manipulación artera. Además, también podemos concluir que una mayoría de votantes prefiere opciones «sensatas» antes que propuestas disparatadas. Los sistemas de EEUU y España son diferentes, pero en ambos los extremistas juegan una importancia decisiva (aquí, dentro del mismo gobierno). En esta época de súper tecnologías fácilmente manipulables, la democracia es víctima de mercadeo y prácticas maniobreras que la debilitan y ponen en peligro. Los candidatos radicales generan repulsa entre los votantes más independientes o centrados, y por tanto son más fáciles de derrotar por sus oponentes. Por eso, la candidatura de Trump (un factor «tóxico» republicano decisivo) puede ser, en el fondo, otra inesperada victoria para los demócratas. Veremos…