China

Folios en blanco

Lo esencial es ese común despliegue de ira y cansancio que algunos pueblos tienen la valentía de expresar cuando ya no pueden más

Salen en China a la calle cientos de miles de personas, los más valientes enarbolando folios en blanco. La política de Covid-0, una suerte de prevención sin contemplaciones que fija cierres inmisericordes de casas, barrios o ciudades, se come la economía y llena de dolor y desaliento a la población. Pero la gente empieza a hartarse. Y el hambre y el cansancio rompen cualquier barrera de miedo o prudencia en la que pueda asentarse la inestable serenidad social. A día de hoy en China se superan los 40.000 contagios diarios, una cantidad que no se alcanzó en lo peor de la pandemia. Mal estreno para un Xi Jinpin que renueva mandato con vocación de durabilidad maoísta y que tiene en sus primeros meses de reestreno al país en caída económica y en los límites de la revuelta social. Ni siquiera la propaganda oficial que dulcifica el hartazgo y los desórdenes o la represión de las protestas hacen mella en el ánimo de los hombres y las mujeres que se atreven a desafiar el régimen manifestándose en la calle.

Los más osados esgrimen un folio en blanco, que es la herramienta que hace dos años inventaron quienes protestaban en Hong Kong contra la censura del régimen. Las penas por esgrimir lemas considerados ofensivos pueden llegar hasta la cadena perpetua, de modo que poca broma. El folio en blanco representa todo lo que no se puede decir, y se sirve de la elocuencia del silencio que oculta lo que a todos irrita y al mismo tiempo motiva. Es poderosísima la capacidad de comunicación del pensamiento que se comparte aunque no se exprese: una mirada puede corroer más que un discurso. Me recuerda la valiente impertinencia de las mujeres iraníes, secundadas por muchos hombres, la mayoría jóvenes, a quienes el chispazo de la muerte de una muchacha detenida por llevar mal puesto el velo, ha hecho ver que es posible cargarse las salvaguardas levantadas por años de miedo a la cárcel o la muerte. En ambos casos chocan contra un muro de intolerancia fraguado por dictaduras que siguen mostrando una hercúlea resistencia a la erosión pese a la sonora repercusión de los embates. Que el mundo lo vea anima y crea conciencia, pero quizá necesiten ambos movimientos de algo más que la solidaridad popular y alguna iniciativa en redes.

En el caso de China, hay al menos una enseñanza, como un mensaje lejano que llega desde el telón de fondo del cansancio popular que, obviamente, no es solo por la Covid-0, del mismo modo que la revuelta en Irán va más allá de la queja por las leyes que discriminan a las mujeres. Lo que China nos dice es que la única forma de detener la extensión mortal de la pandemia es desplegar una política eficaz de vacunas. La Covid sigue y seguirá entre nosotros, y sólo la vacuna, extendida, universal, de alcance global, se ha mostrado eficaz para amortiguar de verdad sus efectos. En China no llega la vacuna más allá del 40 por ciento de la población más vulnerable.

Pero eso es sólo un mensaje en segundo plano. Relevante, pero no primordial. Lo esencial es ese común despliegue de ira y cansancio que algunos pueblos tienen la valentía de expresar cuando ya no pueden más. Quizá habría que pensar cómo hacemos nuestro su compromiso. Quizá pensar cómo podemos rellenar los folios en blanco.