Política

Instituciones en ruinas

La quiebra de confianza en la institucionalidad puede conllevar la necesidad de un nuevo pacto fundacional

Parlamentos enteros sometidos a dudoso escrutinio por sus métodos o los comportamientos presumiblemente corruptos de algunos de sus miembros. Tribunales puestos en tela de juicio por su legitimación, método de elección o caducidad de sus mandatos, con sospechas, cuando no de partidismo, de actuación interesada. Leyes básicas, orgánicas y penales, del Estado que se reforman veloz, opaca y disimuladamente, negociando de forma sonrojante con grupos cuyo apoyo se necesita, pero que quieren destruir a ese Estado y parecen corruptos o sediciosos. Nuevas leyes, aparentemente encomiables, pero corrompidas en su seno que producen efectos contrarios a los que buscan. Sedicentes instituciones democráticas que pactan con una tiranía teocrática celebrar un gran festival que mueve fortunas mientras, bajo cuerda, corre profusamente dinero de los sobornos. El mismo que cubre pactos vergonzantes de otros poderes tiránicos que vigilan las fronteras de esas sociedades avanzadas pero que, a la mínima, dejarán cruzarlas a las «externae gentes» para provocar el caos.

¿Actualidad política nacional e internacional? Nada de eso: no hay nada más antiguo que esta continua crisis y corrupción de las instituciones en ruinas. «Ruina», del latín «ruo», evoca el efecto de colapsar o derrumbarse (a veces con preverbio, como en “corruere”) de un edificio. En este caso, la arquitectura institucional, que muchas veces no resiste la propia corrupción, cuya etimología («corrumpere») también nos recuerda que la podredumbre que nos afecta puede no ser solo física sino también espiritual. Son metáforas clásicas: el Estado como edificio, como armazón institucional, que se va erosionando y colapsa. Pero también como cuerpo político que degenera y entra en decadencia hasta morir. Cicerón usó ambas, cuando fue testigo de excepción de la enfermedad, muerte y corrupción de la Res publica Romana. Vio todo el panorama descrito en el párrafo anterior –corrupción, venalidad, pactos vergonzantes, blanqueamiento de tiranos– y nos habla de todo ello («tenebrae reipublicae, ruina atque incendium civitatis») en sus imprescindibles obras.

Todo esto ya ha pasado, pasa, pasará. De uno a otro lado, en las sociedades democráticas de Occidente, se oyen voces que alertan sobre la ruina y la corrupción que amenazan a unas instituciones democráticas que se erosionan poco a poco… Y, muy a propósito, el pasado mes de noviembre, en la Universidad Complutense, se celebró un seminario internacional precisamente llamado «Instituciones en ruinas. Corrupción y negatividad civil a la luz de la historia cultural y la filosofía social», con participación de expertos en la idea de corrupción y crisis sistémica en la historia y la filosofía. Profesores de varios países europeos, como la principal organizadora del evento, la profesora de la UCM Nuria Sánchez Madrid, el catedrático de Potsdam Filippo Carlà-Uhink o la de Génova, Pia Carolla, entre otros muchos, reflexionaron durante tres intensos días sobre los conceptos de crisis, corrupción y decadencia en la historia cultural de los espacios institucionales europeos.

La ruina material y simbólica de la autoridad política, y de la arquitectura institucional que la sostiene, es un tópico filosófico e historiográfico desde el fin de la República romana, que precipitó el poder personal del Princeps, hasta el de la República de Weimar, tras la combinación de impugnaciones que acabó en el mayor horror de la historia. Se habló en el congreso de desafección pero también de desengaño, de la pérdida de la fe común de las personas en sus instituciones. ¿Cómo creer en lo que se desmorona? Ya sean las Cortes, la FIFA, Bruselas, el SPQR, la monarquía, Bizancio o el CGPJ, necesitamos creer en lo que hemos edificado. El «homo symbolicus» se aglutina en torno a discursos mitopoéticos en lo político-institucional que permiten vivir en grandes comunidades de complejidad admirable. Pero se requiere fe. La quiebra de confianza en la institucionalidad puede conllevar la necesidad de un nuevo pacto fundacional, tras las consabidas conflagraciones y la «restitutio reipublicae», de la que tanto sabían políticos visionarios como Augusto, Constantino o Justiniano.

Históricamente, el discurso sobre la corrupción es una buena estrategia para legitimar un cambio de régimen o una buena excusa para su perpetuación (se ve ahora en el caso de las supuestas purgas anticorrupción en China). Toda la retórica de la ruina, la «seditio hominum perditorum» (Cicerón, «again») o la corrupción ha sido constante en ambos sentidos. Por eso, encuentros académicos como el mencionado no pueden estar más de actualidad en el panorama nacional e internacional de hoy: proponen interesantes diagnósticos acerca de las condiciones y dinámicas que propician la corrupción económica, política o retórica. El resultado –ruina, cambio de régimen (anaciclosis o metabolé, en terminología de Polibio), pervivencia– depende las más de las veces de nuestra fe. Entre resistencia y defección, la ciudadanía asiste impávida por ahora: como en el cuento de «Pedro y el lobo», ya está cansada de la retórica de la ruina y el fin de ciclo. Lo malo es no darse cuenta, en estas crisis continuas, de cuándo de verdad toca.