Opinión

El síndrome del segundón

En esta guerra de Harry, los británicos respaldan a la monarquía y se han vuelto en su contra

“Spare” en español se traduce como «repuesto» o «recambio». No es una palabra elegida al azar. El príncipe Harry concibe sus memorias como un ajuste de cuentas con la familia real británica por su condición de «repuesto» y no de «heredero». El libro es una recopilación de letanías triviales y a menudo absurdas sobre su estatus en los Windsor. No hace falta terminar las 400 páginas para darse cuenta de que Harry sufre el «síndrome del segundón». Cuenta que tenía 20 años cuando supo las palabras que supuestamente dijo su padre a su madre el día de su nacimiento: «¡Maravilloso! Ya me has dado un heredero y un repuesto». Lamenta que su habitación en el castillo de Balmoral fuera más pequeña y menos lujosa que la de su hermano. Ya en el documental de Netflix, Harry y Meghan explican que dentro del Palacio de Kensington les tocó vivir en Nottingham Cottage, una casa, subrayan, diminuta, que sorprendió a Oprah Winfrey. No muestran, sin embargo, imágenes de Frogmore Cottage, la finca que les regaló su abuela, la reina Isabel II, por su boda y cuya reforma costó 2,4 millones de libras (dinero que tuvieron que devolver tras autoexiliarse). Harry y Meghan construyen «su verdad» a través de referencias y omisiones interesadas.

Él se exhibe como un niño atormentado por la ausencia de su madre a la que pierde cuando tiene 12 años y por un padre del que dice no sabe expresar sus sentimientos. Culpa a la prensa sensacionalista de la muerte de su madre y está obsesionado con que si no se hubieran ido de Londres su mujer correría la misma suerte. Necesita justificar su salida. Pero esa denuncia de la falta de protección por parte de la corona se contradice con revelaciones innecesarias como la que mató a 25 talibanes en Afganistán. No sólo rompe con una ley no escrita dentro de los ejércitos democráticos en los que no se alardea de la muerte, sino que sorprende la frivolidad con la que asegura que «eran piezas del ajedrez quitadas del tablero». Me lo imagino en Kabul como si estuviera en una partida del Fortnite.

No es la única contradicción. Harry dice despreciar la intromisión de la prensa en su vida privada, sin embargo, no le importa explotar la de su familia más estrecha para su propio beneficio. Si quiere privacidad, ¿por qué hace un documental y publica unas memorias tan sensacionalistas? Odia a los medios, pero busca constantemente su atención.

Personalmente me cuesta simpatizar con alguien que se presenta como víctima cuando viene de la riqueza y el privilegio. Si lo tuviera delante le preguntaría si se hubiera comportado igual de ser él el heredero. Me pregunto también cuál será el futuro de la pareja. La continua exposición pública de sus problemas empieza a resultar cansina, por no decir que el grosor de las últimas revelaciones ha provocado el efecto contrario al deseado. La popularidad de la pareja ha caído en picado. Hasta las personas más tolerantes con las historias redentoras (yo confieso que aborrezco la cursilería y el misticismo) piensan que hay un límite en el número de las intimidades uno puede contar públicamente. Las monarquías modernas se sostienen por el favor de la opinión pública. En esta guerra de Harry, los británicos siguen respaldando la corona y sus ataques se están volviendo en su contra al ritmo, es verdad, que engorda su cuenta bancaria.