Letras líquidas
África en los mapas y España en el mundo
Es el momento de replantearnos cómo queremos que aparezca España en el mapa del mundo. Y no solo en el de papel
Hace unos días la Unión Panafricana se sumó a la histórica queja sobre la infrarrepresentación de África en los mapas. Desde el siglo XVI, cuando el cartógrafo flamenco Gerardus Mercator concluyó que era necesario realizar unas modificaciones en los planos mundiales para evitar desviaciones en la navegación, la imagen que tenemos de continentes y países no es exactamente la real. Aquella adaptación lógica y práctica ha derivado en una distorsión en el imaginario colectivo de los tamaños geográficos: el mundo que pensamos no es el mundo que es. Imaginamos Rusia o Groenlandia con unas medidas mayores de las suyas y a África le atribuimos un tamaño mucho menor al que le corresponde. Las críticas a la representación Mercator no son nuevas, pero ahora se han retomado desde el hemisferio sur: África quiere ser África. Y quiere ocupar el lugar que le corresponde.
Pero la posición que un continente o un país ocupa en el mundo, más allá del simbolismo y de las repercusiones mentales que pueda desencadenar el «efecto mapamundi», no es una mera cuestión cartográfica. España, por ejemplo, aparece en los planos, como toda Europa, más grande de lo que es. En realidad, somos la cuarta economía del euro y, según una clasificación reciente del FMI, también nos encontramos entre las doce principales economías globales por volumen de PIB. Podría decirse que ocupamos un lugar destacado en el ránking internacional y que nuestra capacidad de influencia, la repercusión de nuestras decisiones y el poder negociador en conflictos tendría un peso específico y un valor. Reunimos todos los requisitos para ello.
Sin embargo, esa fuerza de «soft power» parece difuminarse. Los movimientos de los aliados a lo largo de las últimas semanas en lo relativo a la guerra de Ucrania han supuesto una dosis de realidad diplomática muy clarificadora: primero fue la ausencia en las negociaciones previas y posteriores a la cumbre en Alaska, donde Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Finlandia y Polonia participaron activamente en unas conversaciones clave para el futuro del continente y ahora, tras el ataque de Rusia a intereses comunitarios en Kiev, la fuerza de la defensa común y del liderazgo en la respuesta vuelven a tomarla Francia y Alemania. España queda fuera de la ecuación internacional y relegada de un papel geopolítico activo en un momento decisivo para el devenir de las próximas décadas. Es el momento de replantearnos cómo queremos que aparezca España en el mapa del mundo. Y no solo en el de papel.