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Editorial

Debería ser el último curso del sanchismo

En cualquier otro país, con valores, moral y legitimidad, un presidente que actúa contra y al margen del pueblo ya no lo sería

Comparecencia, a petición propia, del Presidente del Gobierno Pedro Sánchez ante el Pleno del Congreso de los Alberto R. RoldánPHOTOGRAPHERS

Arranca un curso político que para España no se promete especialmente esperanzador ni benéfico. Nada ha virado para bien en el verano, como cabía esperar, sino que se han agudizado todos los lastres y las lacras de la vida nacional. Buscar una brizna de optimismo nos parece una tarea de titanes o de incautos siempre que pertenezcas a una inmensa mayoría social que clama en el desierto de la España oficial, que hoy se hará presente con todos los cañones propagandísticos de grueso calibre en la entrevista de Pedro Sánchez en los medios públicos que él controla con mano de hierro y sin guante de seda. Si algo ha demostrado la tregua estival es que en esta nación ya no hay un minuto ni un centímetro para el alto el fuego. Tanto y tan profundo ha prendido la estrategia de polarización emprendida por el presidente del Gobierno en estos siete años. Los incendios han sido el enésimo campo de batalla para el empleo de las peores artes, agitadas por los instintos acorde con las mismas. Insistimos en ello desde estas páginas porque los ciudadanos no pueden naturalizar sin más conductas y discursos envilecidos y corruptos como no se recuerdan en la historia de la democracia española con el único propósito que mueve a Sánchez, el poder a través de la anulación de la alternativa. En todo caso, y por más que su capacidad para la resistencia esté más que probada, nada dura para siempre, porque el tiempo lo pone todo en su sitio. También, por supuesto, al peor presidente que ha visto este país. Se abre un curso crítico para esta España maltrecha, azorada, desanimada y languideciente. Empobrecida y para demasiados, sin esperanza. Este es y será el legado del régimen. También todo lo que hoy conocemos e intuimos apunta a que será un periodo crítico para el inquilino de La Moncloa. Le resultará complicadísimo encontrar respiro ni en el ámbito judicial ni en el legislativo ni en el institucional ni en el económico, pues las mentiras, también en los números, tienen las patas muy cortas. Ni siquiera tendrá accesible buscar refugio en la política exterior, que, como con todo, ha puesto al servicio de una narrativa populista y frentista alejada de nuestros aliados. Nunca un mandatario de la España democrática tuvo una imagen y un prestigio tan sombríos en el exterior, otro de los estragos de los escándalos que lo rodean. Lo intentará todo, claro, como hasta la fecha, y estresará hasta el extremo los contrapesos que aún resisten en el estado de derecho, léase justicia y medios de comunicación independientes. Hay que prepararse para confrontar con un régimen que ni cree en la democracia ni actúa bajo sus reglas. El futuro no puede ser halagüeño. Ni Sánchez ni las fuerzas enemigas de la España constitucional que lo secundan lo permitirán. En cualquier otro país, con valores, moral y legitimidad, un presidente que actúa contra y al margen del pueblo ya no lo sería. Somos muy desafortunados en ese sentido, aunque no por ello cabe la resignación ni el derrotismo.