Apuntes

Los alemanes se irán por la pata abajo

En la cosa de la fresa, lo inusual es que el gobierno del país atacado dé pábulo a la patraña extranjera

Uno siempre guarda un rincón en su corazoncito para aquellas figuras que representan lo más excelso de la Política Mundial, así, con mayúsculas, como Adriana Lastra, –que, por cierto, se ha superado a sí misma, en un más difícil todavía, con su incisiva referencia a Feijóo como «el amigo del narco»–, Ione Belarra o Francina Armengol, pero entre todas ellas tengo especial debilidad por Cornelia Prufer-Storcks, la consejera de Sanidad de Hamburgo, que acusó a los pepinos españoles de provocar la contaminación de E-coli que se llevó por delante a 50 ciudadanos germanos y dejó gravemente enfermos a otros 3.000. Cornelia, por supuesto, se tiró a la piscina con el único salvavidas de su pretendida superioridad teutónica, esa que en su fuero interior considera a los sureños como «sucios, vagos e incompetentes», y que tantas alegrías nos da cada vez que pierden una guerra. Pero, recordarán, al final resultó que los culpables eran unos brotes de soja, cultivados ecológicamente en una finca de la Baja Sajonia, que se regaban con aguas fecales.

A los alemanes les va mucho lo natural y lo sostenible, rechazan la agricultura intensiva de plásticos y pesticidas, con lo que, de vez en cuando, se van por la pata abajo, aunque, eso sí, con la satisfacción de haber puesto su granito de arena y su dinero por la salvación del planeta. Ni que decir tiene que, si fuera por ellos, media humanidad se moriría de hambre, y la otra media criaría unas tenias de aúpa. Ahora, la han tomado con las fresas de Huelva, con los mismos argumentos ecologetas que se emplearon para cargarse el aceite de palma. Se trata, por supuesto, de una batalla comercial, con los mismos objetivos de cuando los gringos extendían por el mundo la patraña de que el aceite de oliva era perjudicial para la salud, estrategia pensada para colocarnos los aceites de maíz y cacahuete.

El caso es que estamos en plena temporada de fresas en el norte y este de Europa, y hay que darle salida a una producción que no puede competir ni en calidad ni en precio con los frutos rojos de Huelva. Mucho menos, en seguridad alimentaria. Porque nuestras producciones agrarias están sometidas a una trazabilidad inversa que garantiza todos los pasos de la cadena de distribución, que es un referente mundial. Es decir, que muy mal se tiene que dar para que una fresa de Huelva se contamine con E-coli o cualquier otra bacteria.

En realidad, nada que no hayamos visto a la hora de joder las producciones ajenas, que en un mundo sin aranceles ni aduanas sobrevive el que lo hace mejor, el que tira de mano de obra semi esclava o el que emplea químicos baratos a porrillo. Por supuesto, el 99 por ciento de la producción de frutos rojos onubenses se riega con aguas superficiales, que en nada afectan a Doñana, y sólo se emplean pesticidas autorizados por la UE, pero esos detalles carecen de importancia en un asunto que mueve decenas de miles de millones de euros y centenares de miles de puestos de trabajo. Ahora bien, lo que no habíamos visto nunca es que el Gobierno del país atacado diera pábulo a las burdas acusaciones por mera conveniencia partidista. Y no hay excusa que valga. Los impulsores de la campaña contra las fresas españolas, que están vinculados al socialismo alemán, como la amiga Cornelia, están exhibiendo los tuits de Pedro Sánchez y Teresa Ribera como refuerzo de sus argumentos. Para llorar.