Turquía

Allahu Akbar, que no sea un grito de guerra sino de unión

Allahu Akbar, que significa dios es grande, se ha convertido en un grito de guerra que pone los pelos de punta, pero podría adquirir un nuevo significado para nosotros

Desde 1939 Turquía no ha sufrido un terremoto tan devastador
Los fuertes seísmos de Turquía y Siria han reunido todos los ingredientes para causar una gran catástrofeDPA vía Europa PressDPA vía Europa Press

Allahu Akbar es el grito característico del enemigo de Occidente, de uno de sus muchos enemigos. Es el canto que repiten los yihadistas antes y después de los atentados que sacuden decenas de vidas cada vez. Allahu Akbar, Dios es Grande, eso es lo que significa. Es un grito de guerra pero también una oración a Dios, un aullido sempiterno que esbozan los labios del ser humano desde que Mahoma salió de la montaña y sus fieles galoparon el mundo con la cimitarra levantada y gritando “¡Allahu Akbar!”, mientras decapitaban a nuestros antepasados y esclavizaban a sus mujeres durante los siglos que siguieron. Este grito centenario que ha recorrido selvas y desiertos supone para muchos nada más que la extensión del radicalismo islámico, y no pocos echarían a correr aterrorizados si llegasen a escucharlo de sopetón mientras pasean por su barrio.

Allahu Akbar es también la frase que mana de las mezquitas cuando se llama a la oración y que se repite cuatro veces al inicio de la plegaria. En las ciudades musulmanas recorre la frase sus callejuelas como un soplo de viento fresco que despierta a sus habitantes del sopor de la rutina, empujándolos a inclinarse y rezar una vez más. Allahu Akbar es para 1.700 millones de personas el inicio de un poema inmortal que el hombre dedica a Dios todos los días del año. Supone el inicio de una plegaria, de una frase de agradecimiento.

En los vídeos que han recorrido el mundo y donde se observan las espeluznantes imágenes de los terremotos de Siria y de Turquía puede escucharse esta frase una y otra vez, una y otra vez, dicha por aquellos que graban y por quienes les rodean. Tiembla el suelo, Allahu Akbar. Se derrumban los edificios, Allahu Akbar. Mueren los niños, Allahu Akbar. Rescatan a una mujer cubierta de polvo de entre los escombros, Allahu Akbar. Pone la piel de gallina. Visto desde Occidente, donde Dios ha sido relegado a un plano secundario (si no a un último plano), visto desde una sociedad lacrimógena que patalea cuando no queda el papel higiénico que nos gusta en el supermecado, visto desde una sociedad obnubilada por el consumismo y las nuevas tecnologías, escuchar esta estoica plegaria que el islam lleva repitiendo, en las buenas y en las malas, desde hace nueve siglos, pone los pelos de punta y baña los ojos en lágrimas. Porque concede humanidad a las víctimas de Turquía y Siria, una humanidad misericordiosa que, en ocasiones, cuando encendemos el televisor y vemos el horror que nos rodea, parece perdida.

Israel ha ofrecido su ayuda a Siria, pese a estar formalmente en guerra contra el régimen de Al Asad. Rusia y la Unión Europea han dejado de lado sus diferencias para enviar equipos de ayuda que contribuyan a la retirada de escombros. Allahu Akbar. Incluso Birmania, tan lejana, tan diminuta, ha enviado ayuda. Allahu Akbar. Siria ha reaparecido en los noticieros y en nuestras vidas tras pasar a un segundo plano por la guerra de Ucrania, los cascos blancos vuelven a desentonar en el polvo de los escombros. Allahu Akbar. El mundo se reúne en el momento menos esperado bajo una única frase que expresa piedad y perdón hacia el Dios que nos castiga.

Así, Allahu Akbar es una frase que hoy podría adquirir un nuevo significado para nosotros. Podrían desecharse todas esas veces que la gritaron los agentes del terror cuya interpretación del Corán concluyó en tragedia, para tapar el sonido de las explosiones y los llantos de los inocentes otorgándole un significado universal, cargado de solidaridad y de amor hacia el prójimo. Allahu Akbar. Que no sea un grito de guerra sino de unión; que no separe, que una; que no se lo apropien los asesinos, sino los héroes que hoy, ahora, mientras lees este artículo, buscan sin descanso restos de vida entre los escombros, mientras murmuran la única frase que cabría decir en una situación así: Dios es grande. No nos quepa duda de que decirlo en voz alta nos engrandece a nosotros también.