El buen salvaje

Amnistía, palabra maldita

Lo que no sabremos hasta que todo esto pase es si también habrá amnistía para los que renegamos de ella

Hay palabras que no pueden pronunciarse por aquello de que lo que no tiene nombre no existe, que no es así, pero hoy vamos a darlo por bueno. El Rey tuvo que tragarse ayer una bola de humo, como si fuera un bombero de Murcia, por algo que no podía deletrearse. La palabra maldita que se esconde entre las mentiras de Sánchez no podía gritarse porque es lo que se dice un secreto a voces.

Todo el mundo habla de ella, amnistía, así, tan mona, pero el que tiene que patearla hasta meterla en la portería la esquiva como una amante de la que, cuando llegue el momento disfrutará mucho más.

Amnistía es la palabra del año, aunque luego la Fundéu elija, qué se yo, machirulo o transexual. No es una palabra rotunda, gruesa, como tal vez sí lo fuera indulto, que suena más a lo que es, porque amnistía tiene aún el aura de la que sucedió al franquismo. Por eso amnistía, que es coplilla de cantautor, no asusta como debería, por más que los políticos o los periodistas intentemos explicar su peligro y el horror que supone pronunciarla de nuevo, ahora, en 2023.

Hay palabras de las que se vale Sánchez para aliviar el infierno en el que nos va a meter. Todas suenan a reencuentro, pacificación, amistad, paz, amor, toda esa retahíla de vocablos que nos lleva a perdonar lo que fue, sin embargo, la gran deslealtad, el discurso que tan bien armó Felipe VI el 3-O y que ahora Pedro Sánchez desteje como una Penélope que espera a su Ulises con flequillo. Cuando, por fin oigamos amnistía de labios del presidente en funciones sabremos que el mundo, el que conocíamos hasta ahora, se ha puesto definitivamente del revés, que las togas pueden reciclarse para usarlas de túnicas de Halloween. Truco o trato.

Lo que no sabremos hasta que todo esto pase es si también habrá amnistía para los que renegamos de ella. Para los que estamos condenados ya de por vida a soportar la libertad de los malos.