El buen salvaje

Antes del Ave

Los cimientos con los que los españoles entramos con cierto orgullo en un nuevo siglo se desmoronan ante nuestros ojos

El «tren de los escobazos», o el «tren de la bruja» daba tanta aprensión como los payasos. Los segundos acabaron siendo «Joker» en la estela progrepopulista de los que solo puede ser «woke» o morirse. De los monigotes que salían en el primero, recuerdo que eran señores disfrazados porque de debajo del traje pintarrajeado y roto salían zapatos gastados de hombre, que a mí me parecían de hombre pobre o más bien de hombre dejado, a ver, no dejaba de ser un feriante y no un «yuppie» de Wall Street. Además, yo tampoco era marqués precisamente. Aquel tren terrorífico todavía tenía esa tensión cutre de los artefactos y el ocio del desarrollismo, solo había que ver a los ponis erectos y una ristra de chiquillos esperando a montarse. Hoy veo los ponis rosas de mis sobrinas y creo que han sido adquiridos en un sex shop. Por supuesto me abstengo de jugar.

Parecía que hubiésemos vuelto a aquel tiempo en el que ir en tren consumía un paquete de tabaco por lo que tardaba un trayecto de más o menos enjundia con parada fantasma e interminable en Alcázar de San Juan. Nada ha hecho más por el tabaquismo que los trayectos rápidos. El tiempo de la España moderna se divide en a.d.A (antes del Ave) y después de. Pues hemos vuelto a la Edad Media con un brujo que dicen que es ministro y mueve el caldero donde cabe de todo: rabo de lagartija y pelo de pubis. Hablan de Inteligencia Artificial y estamos en el descarrilamiento, no de un tren sino de todo un sistema. Teníamos los mejores trenes y ahora padecemos los mayores retrasos y presupuestos que solo saben procrastinar.

Los cimientos con los que los españoles entramos con cierto orgullo en un nuevo siglo se desmoronan ante nuestros ojos, como esos trozos de hielo que anuncian el cambio climático. Las vías y las carreteras se parecen cada vez más a esos trayectos pecuarios por donde nos movemos con la soltura de las cabras y las ovejas. Se oye un balido, plural y diverso, eso sí, como forma de queja ante el gran pastor que nos lleva a un pasto seco.