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En España dicen que «hay un problema de vivienda» porque se ha confundido «el derecho a una vivienda digna», que aparece en la Constitución

Los alquileres fijos para rentas bajas, que devinieron «renta antigua» (tanto duraron en el tiempo), eran una solución franquista al «problema de la vivienda» en una España cuya política al respecto es de signo obrerista/falangista, todavía. Dicen que hay «un problema» de vivienda, pero solo porque se ha «problematizado» el asunto al asumir que todo el mundo «debería ser propietario». Eso no ocurre en ningún otro lugar del planeta pues, en todos lados, menos aquí, se acepta con naturalidad que muchas personas vivirán siempre de alquiler. Alquileres públicos, decorosos y asequibles, si hablamos de países desarrollados, donde tener propiedades inmobiliarias es poco habitual y una buena mayoría, por conveniencia, nunca compra.

En España dicen que «hay un problema de vivienda» porque se ha confundido «el derecho a una vivienda digna», que aparece en la Constitución, con la «obligación» de suministrar vivienda en propiedad a cualquiera, la haya pagado o no. Aunque, en realidad, precisamente lo que intenta garantizar la Constitución es «la seguridad» en la posesión jurídica de una vivienda, su legal propiedad. En verdad, la Constitución ampara a los propietarios, no a los okupas o sus defensores, aunque enarbolen torticeramente el artículo 47 para reclamar la usurpación de propiedades ajenas. En el franquismo se decía: «Ponga a un pobre a su mesa», pero después de cenar, el pobre se iba, educadamente… Ahora, a menudo un falso pobre (léase «vulnerable») se queda, porque el nuevo mandato es: «Ponga un okupa en su casa. Y páguele el agua, la luz, la comunidad, el IBI, las basuras...». El franquismo ideó los alquileres que devinieron «rentas antiguas», que se mantuvieron «topados» en unas pocas pesetas mensuales hasta 1985, por viviendas de particulares de hasta trescientos metros cuadrados de superficie incluso en los barrios nobles de las ciudades. Muy al contrario de esos pisos de la Sareb con las paredes llenas de manchas de sangre y las tuberías arrancadas que lucen el gancho publicitario de «Para entrar» (para entrar y ponerse a gritar). Y es que…, sí, los tiempos cambian. (Menos en España, que siempre son los mismos).