Mirando la calle

Cazadores de hombres

«Hay personas con el corazón de alimaña y la cartera siempre preparada para el máximo horror»

Nunca he entendido el placer de la caza. Y menos el de disparar a un bicho indefenso desde la distancia. El reto de enfrentarse por supervivencia a un animal salvaje y peligroso tal vez podría representar el aliciente del hombre que recurre a la inteligencia al carecer de otros atributos naturales (garras, colmillos afilados, velocidad, fuerza), para enfrentarse contra la bestia; pero no comprendo qué puede haber de estimulante en matar a un cervatillo asustado en la distancia. Sin embargo, sé bien que hay quien encuentra adrenalina en esa actividad. Desgraciadamente, también hay a quien se le queda corta y necesita dar un paso más, aunque para ello tenga que perder su condición de humanidad, y elige como presas a sus congéneres. Son especímenes, que se dicen de nuestra especie, a los que les excita guiñar un ojo tras la mirilla de un rifle y disparar por diversión, no ya a animales inofensivos, sino a otros seres humanos, cuando mas desprotegidos mejor. Estos individuos, de personalidades deformadas, pagan fortunas por apretar el gatillo y reventar la cabeza de un adulto cualquiera, y cantidades aún más escandalosas por lograr que el destinatario de sus balas sea un niño o una mujer embarazada. No intenten explicar estas conductas a través de la razón. Es imposible. Es maldad de los que no parecen malos. Porque no estoy hablando de un argumento de ficción y de tipos sin recursos a los que la vida ha maltratado y aborrecen a todo lo que se mueve, sino de esos millonarios privilegiados, presuntamente italianos (podría haber de diversas nacionalidades) que pagaron cifras indecentes por safaris humanos de fin de semana, durante el sitio de Sarajevo. Matar por matar. A quien no puede defenderse y ni siquiera es enemigo… Hay personas con el corazón de alimaña y la cartera siempre preparada para el máximo horror; ese donde ellos, demonios de carne y hueso, hallan el entretenimiento. Los hubo en aquel Sarajevo sitiado, donde contemplamos en televisión los asesinatos de hombres mujeres y niños; pero desgraciadamente seguro que hay más agazapados en nuestro mundo en paz, al que regresan de sus tropelías en los lugares donde se convive con la tragedia, ajustándose sus corbatas de marca como si nada hubiera pasado.