Tribuna

Clásicos en la mochila de supervivencia

Es tiempo de repensar esa mochila –del «rearme moral» de los clásicos hablaremos otro día– y de pertrecharse también con las humanidades, a través de los textos clave de la filosofía y la religión, para hacer frente al miedo que se nos provoca

Es noticia que las autoridades de algunos países como Francia y Alemania –que conocen bien lo que ha sido la guerra en Europa– y la propia UE, hasta hace poco garante de la «pax europaea», han aconsejado a la ciudadanía tener lista una mochila esencial de emergencias. Los enseres que se recomienda meter son muy variados y responden a una lógica de supervivencia inmediata: luz, agua, alimentos, fósforos, navajas multiusos, medicinas (sorprende que nadie haya añadido un cepillo de dientes o jabón para una mínima higiene…). Bromas aparte, se trata de prepararnos para lo peor. Nos atemorizan con la necesidad de este «kit de supervivencia»; no sabemos si para prepararnos efectivamente para el apocalipsis cíclico presente en todas las sabias mitologías o, quizá, para someternos a futuros intervencionismos –estos también, me temo, cíclicos– sobre nuestras libertades.

Vivimos tiempos convulsos y se nos insta a pensar en un escenario de urgencia imprevisible. No sabemos cómo ni cuándo, pero parece que, de alguna manera, sobrevendrá el caos. La guerra, el clima, el apagón, la carestía, la epidemia o las invasiones bárbaras (o zombies). Y es que estamos condenados de algún modo a repetir ese ciclo que no cesa y que le recordaba irónicamente al sabio Solón un sacerdote egipcio nonagenario en el «Timeo» de Platón: «Los griegos (i.e. nosotros) sois unos niños» y solo habéis conocido un diluvio, pero nosotros, los egipcios, sabemos que las catástrofes son periódicas. Quiero recordar que tanto la filosofía como la religión, en sus textos magníficos y milenarios, nos han preparado antes que la UE para estos escenarios: el mito de la caída, el de las edades y los cataclismos alternantes, de agua o fuego, que arrasan el mundo como jinetes inevitables de un apocalipsis por venir.

Sin embargo, no veo que nadie se haya hecho una pregunta crucial sobre esa mochila: ¿meteríamos cultura de primera necesidad? Las autoridades nos preparan para salir de nuestras viviendas y enfrentarnos con el fin de los días (me temo que serían más de 72 horas), pero no tienen recomendaciones literarias o sapienciales para ese kit. Alguien ha pensado en llevar algún libro para entretener al superviviente, pero, ¿y si no volvemos nunca a casa? Ahí no valdría el «best-seller» o el premio Planeta (con perdón) de turno. ¿Manuales de supervivencia, literatura de evasión, de reflexión? Nada de eso, pero todo eso a la vez. En la disyuntiva de qué libro meteríamos en esa mochila, con tan poco espacio, la respuesta es invariable: un clásico, o sea, un libro profundo, multiforme, poliédrico, que, como decía Italo Calvino, nunca termine de decir lo que tiene que decir. Es material inextinguible para la supervivencia, la evasión y la reflexión. Y vuelta a empezar.

Estos ciclos de creación, extinción y resurrección de la humanidad constituyen la esencia de los textos básicos de las religiones, desde la «Teogonía» al «Génesis» o el «Mahabharata», desde el «Enuma Elish» al «Popol-Vuh». Es decir, que si hubiera que refundar la enésima humanidad, tras la quinta invasión céltica, el quinto sol azteca, la quinta raza hesiódica o el quinto aviso de la UE, sería fundamental llevar un clásico en la mochila: un libro que pudiera ser leído una y otra vez, un texto inagotable de referencia que nos diera claves de serenidad, esperanza y fortaleza. Por supuesto, lo duro es que habría que elegir solo uno, por eso de las prisas del fin del mundo; pero en esa mochila caben, por ejemplo, la «Odisea», Platón, los estoicos, Lucrecio y Horacio –entre la sabiduría clásica– y toda la tradición sapiencial y religiosa de los clásicos universales –que en el fondo hablan un mismo lenguaje, como saben la mitología y religión comparada–, desde los misterios griegos a los Puranas, de la Torá al Nuevo Testamento, de los cuentos sufíes o el Corán al Tao.

Es obvio que la cultura tradicional y, específicamente las humanidades, son también bienes básicos de supervivencia en esa mochila para la emergencia cíclica (o bíblica) que nos espera. Y, sin embargo, vemos con estupor cómo las autoridades educativas siguen ignorándolo: tanto en secundaria –la situación tristemente conocida es que las clásicas están ignominiosamente relegadas a la irrelevancia– como ahora también en la universidad, con políticas incomprensibles que se escudan en su supuesta baja rentabilidad (no hablamos de fondos de inversión, sino de los fondos básicos de nuestra cultura). Hace poco, por ejemplo, nos desayunábamos en la UCM con el grado de Ciencias de las Religiones –probablemente el más completo que existe ahora en estudios humanísticos, y además único y pionero en todo el mundo hispanohablante– bajo amenaza de extinción. Entre tanto, otros nubarrones se ciernen sobre los estudios semíticos, a la par que se pide fusionar o reducir los grupos de alumnos que cursan asignaturas de lenguas y cultura clásicas. Habría que entender claramente que las humanidades son la navaja suiza de nuestra mochila cultural: quizá el rédito no sea inmediato, pero es una inversión en lo básico, en ese bienestar sapiencial que realmente ha posibilitado el éxito y la supervivencia de la humanidad a lo largo de los siglos.

Por eso es incomprensible ese continuo desprecio hacia las humanidades. ¿Es que no es importante pertrechar nuestro «kit» existencial con los textos básicos de nuestras civilizaciones? Si siempre apena que cierren librerías, cines, bibliotecas y otros portadores de la cultura fundamental, la mera posibilidad de pensar en el cierre de unos estudios universitarios de formación humanística integral como los de ciencias de las religiones, que dependen de la Facultad de Filosofía de la UCM, se me antoja una tragedia contemporánea. Cabe esperar que se conjure este –ahora sí– apocalíptico plan. Es tiempo de repensar esa mochila –del «rearme moral» de los clásicos hablaremos otro día– y de pertrecharse también con las humanidades, a través de los textos clave de la filosofía y la religión, para hacer frente al miedo que se nos provoca.

David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.