Restringido

¡A la calle!

En la política italiana acostumbran a amplificar lo banal y a simplificar lo extraordinario. En este caso, se ha banalizado un hecho extraordinario: la inesperada y casi silenciosa defenestración del primer ministro Enrico Letta, 47 años, socialdemócrata, a manos de un correligionario ambicioso, el guaperas Matteo Renzi, 39 años, alcalde de Florencia y bendecido por Berlusconi. Los dos salen del mismo saco del centro-izquierda, un conglomerado de aluvión donde conviven democristianos, socialistas, comunistas y gentes variopintas. Cuando se vio desahuciado, Letta no perdió el tiempo. Conduciendo su propio monovolumen familiar, se acercó al palacio del Quirinal y presentó ritualmente su renuncia, diez meses después de haber acudido al mismo lugar a que el viejo presidente Napolitano le encargara formar Gobierno. En la calle, cuando ha trascendido la noticia, muchos han comentado: «No tenemos remedio. Este hombre no se merecía esto». Pero no sé de qué se extrañan. En los últimos setenta años ha habido sesenta y ocho gobiernos en Italia, prácticamente uno por año de media. Deben de estar acostumbrados. Seguramente eso explica que el relevo de Enrico Letta, que se movía bien y era apreciado en las cancillerías europeas y que empezaba a saborear incluso el despertar de la economía, no haya producido demasiado estrépito. Con admirable naturalidad ha bajado a la calle y se ha mezclado con la gente en la acera. Ahí lo tienen cambiando impresiones con tres mujeres del barrio, vestido con anorak y con la gorrilla azul de jubilata en la cabeza. Mientras sonríe con un fondo de amargura tras las finas gafas, que lo delatan, puede que se acuerde de la sentencia de Lucano, el poeta latino: «La mayor suerte del hombre es saber morir». Esto es, desde luego, aplicable a la muerte política.