Paloma Pedrero

Apatía sexual (bis)

Hablaba en el último artículo sobre esos delirantes estudios en los que la apatía sexual de la mujer es considerada una enfermedad mental. Comentaba que a las mujeres siempre nos han medido sexualmente, y no sólo, por raseros masculinos, haciéndonos sentir, a menudo, angustiadas por no dar la talla, por no ser esa hembra que deberíamos ser. Tanto es así, que el treinta y uno por ciento de las mujeres occidentales considera que sufre apatía sexual grave. Una forma eficacísima de arrastrar la autoestima por los suelos. Esa falsa creencia suele llevarnos, además, a un verdadero tormento cotidiano en las relaciones de pareja. Tormento de ambos. Él siente que si ella no lo desea es porque ya no le resulta atractivo, varón, amable. Él fuerza y ella se resiste más. Caminito despejado hacia el fracaso de la relación. Tenemos que aceptar ya que varones y hembras somos diferentes en ciertos aspectos fundamentales. Diferente es nuestro cerebro, nuestro cuerpo y, obviamente, nuestro sistema hormonal. Y mientras que los varones, en general, tienen un apetito sexual a prueba de bomba, las mujeres no. A las mujeres ciertas circunstancias, contextos y etapas de la vida nos roban el deseo sexual sin que nada tenga que ver el amado. La hembra humana no está particularmente interesada en el sexo cuando es mayor. Sí le apetece el cariño físico, abrazos, besos, suavidad erótica... pero más enfocado a lo afectivo que a lo puramente sexual. Las mujeres, cuando ya hemos cumplido el ciclo reproductivo y los estrógenos escasean, nos libramos del sexo como necesidad y sólo lo queremos como acto de dicha. Otros momentos en los que el sexo no cabe en nuestro ser es cuando estamos de luto, tenemos un trabajo urgente que cumplir o hemos de cuidar de nuestros hijos o padres enfermos. El duelo afectivo en la mujer está reñido con el deseo sexual. Nuestro corazón se impone. Afortunadamente.