Agustín de Grado

Buenismo y náusea

El PSOE se libró de Zapatero, no del mal que le inoculó: el síndrome de Pangloss. Aquel optimismo antropológico del presidente satirizado por Voltaire en «Cándido», según el cual basta acudir a las palabras adecuadas para que todo vaya bien en el mejor de los mundos posibles. Algunos lo llaman buenismo. Se define como la incapacidad para afrontar la realidad. Tal cual es. Sin disimulos, engaños ni invocaciones a cómodos ideales prêt-à-porter. La realidad en toda su complejidad, la que debería de ser objeto de la acción política responsable, suplantada por las buenas intenciones. Incomprensible en un partido que ha gobernado tanto tiempo. Que, al parecer, aspira a volver hacerlo. Demostración, en cualquier caso, de que el PSOE se ha vuelto permeable a la demagogia más allá de lo tolerable en un partido de oposición.

Sin respuestas válidas para problemas complejos, esta carencia retrata al PSOE en cada ocasión, ya sea la crisis económica o la migratoria. Busca réditos en la estrategia sentimentalista de la política reducida a la impostación de emociones; exhibe insolvencia, cuando no hipocresía, a la hora de las soluciones. Si tiran de buenismo, creen que basta proclamar los derechos sociales para que éstos puedan ser disfrutados, sin preocuparse de cómo crear la riqueza que debe financiarlos; su hipocresía queda al desnudo al recordar qué hicieron cuando la realidad les despertó con telefonazos de Obama y Merkel. La doblez socialista está siendo expuesta hasta la náusea con la tragedia de Ceuta: cándida para hacernos creer que los buenos deseos tienen efecto mágico para traernos el mejor de los mundos posibles; farisea cuando olvida sus alambradas, sus pelotas de goma y los muertos en la frontera que tampoco ellos pudieron evitar.