Julián Redondo

Carta de libertad

El fútbol español inventó la cláusula de rescisión para protegerse de predadores extranjeros y de sí mismo, para que el pez grande no se comiera al chico sin consecuencia económica porque el Decreto 1006/85 protegía el bocado. En agosto de 1997, «Donmanué» pagó 5.300 millones por Denilson, le adosó una cláusula de 65.000 millones; en euros, 30,5 y 400 millones. El Valencia también tasó a Vicente en 30.000 «kilos». Cifras estrambóticas, muros insalvables para quien no procediera con buena voluntad.

Sólo hay cláusulas de rescisión en España, y luego está la carta de libertad, esa medida de gracia que los clubes facilitan a determinados futbolistas para reconocerles los servicios prestados. Caso del Barcelona y Xavi, hasta que una nube de intermediarios desbarató su fichaje por El-Arabi, que le iba a pagar anualmente 8,3 millones libres de impuestos. Agua de cerrajas, marcha atrás y el cerebro a las órdenes de Luis Enrique. Caso opuesto, el de Mathieu y el Valencia, que ha exigido al Barça los 20 millones de la cláusula por un lateral zurdo que ahora es central, que cumplirá 31 años en octubre y que ha sido contratado para las próximas cuatro temporadas más una. Su cláusula azulgrana, 50 millones.

Según parece, Iker Casillas quiere que el Madrid proceda con él como hizo el Barça con Xavi: alfombra roja para la salida y aquí Keylor y después López. Su cláusula, 150 millones, que no es un muro sino un símbolo, que a él le gustaría obviar para poder jugar en el Arsenal. Arsene Wenger ha tapado un agujero en la delantera con Alexis y quiere cerrar la portería a cal y canto con Casillas. El Madrid tiene la palabra, y la llave de la puerta.