Crisis en Podemos

Corrida en Vistalegre

La Razón
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Como Jesulín de Ubrique en aquel «dejadme solo, yo me lo guiso yo me lo como» lidiando siete toros en la plaza de Aranjuez, la intención de Pablo Iglesias es que Vistalegre, que acogerá la asamblea ciudadana –el gran cónclave de Podemos en el segundo fin de semana de febrero– se convierta en testigo de una faena única, irrepetible y a su mayor gloria como primer espada de esta formación política, donde la pluralidad y eso que se les demanda a otros a propósito de la democracia interna comienzan a ser poco menos que un estorbo.

Iglesias está más que decidido a poner en el asador del coso de Carabanchel toda la carne posible y especialmente todo el peso de su liderazgo. Necesita que algo tan elemental como el debate y la presencia de las ideas no acaben nublando lo realmente sustancial en el esquema y la escala de valores del líder podemita como es el populismo puro y duro, ese que se nutrió en primera instancia del terreno abonado con el movimiento «15-M» y que se mimetiza en el lenguaje y en el discurso propio de los regímenes bolivarianos de Latinoamérica y mantiene no pocas concomitancias con algunos movimientos antisistema creciente e indistintamente nutridos aquí en Europa, ya sea la anglosajona o la mediterránea.

Lo de la guerra abierta en Podemos no viene a descubrirnos nada que no sepamos ni recordemos a poco que se repasen las páginas de la historia. Es la lucha a la izquierda de la socialdemocracia, vivida en los albores de la revolución soviética y contemplada de forma más gráfica y cercana en nuestro PCE entre los partidarios de una pluralidad tendente al aperturismo y los sectores «neoleninistas». La formación liderada por Iglesias imbuida en su particular criba cainita, que deja a la altura de «Bamby» a esa serie televisiva de intrigas palaciegas que le regalara al Rey –regates del destino–, le está impidiendo de entrada, y pasadas ya unas cuantas semanas desde el arranque de la legislatura, erigirse en auténtica referencia de oposición al Gobierno de Rajoy, frente a un PSOE aún renqueante y enchufado a la respiración asistida de una gestora al menos hasta el próximo verano. El «errejonismo» se niega a morir y el «pablismo» no parece dispuesto a un modelo de partido alejado de un culto a la personalidad para el que, eso sí, necesitará amarrar a los complejos y poco previsibles sectores anticapitalistas y, sobre todo, con especial referencia en Andalucía evitar que sigan saltando las costuras territoriales.

La cohabitación entre las dos principales facciones enfrentadas en Podemos se antoja cada día con menos recorrido. Iglesias solo admitirá en la «faena» de Vistalegre, anunciada en los carteles para febrero, una sola votación, la que le confirme y aclame como líder, y eso se corresponde con todo menos con una formación de izquierda nueva y moderna. Es el rojo «Tiananmen» frente al morado «Puerta del Sol» que probablemente tiene los días más que contados. Lo veremos.