Luis Alejandre

Cuestión de valores

Una promoción de veteranos soldados –la XVIII en términos castrenses– salida de las Academias Militares con el grado de teniente hace 50 años, se ha reagrupado estos días, primero en Madrid en la antigua Escuela de Estado Mayor y después en cada uno de sus centros de formación específicos: Toledo, Segovia, Valladolid, Hoyo de Manzanares...

Habían jurado bandera en la Academia General Militar de Zaragoza, allá por 1959, el mismo día en que el entonces Príncipe Juan Carlos recibía el despacho de Teniente de Infantería. Desde entonces han seguido unidos a su persona y a su trayectoria de servicio a España. Añadiría incluso que muchos de ellos emulan al Monarca en su pasión por pasar de vez en cuando por el «taller». Son las consecuencias de los muchos años en unidades paracaidistas y de montaña, en misiones en el exterior o residuales de accidentes y heridas.

Una promoción que ha convivido y sufrido los zarpazos de este terrorismo que nos ha desgastado vilmente desde la Transición. Promoción que tiene entre sus filas al único oficial vivo condecorado con la Medalla del Ejército y al primero que mandó una Misión de la ONU en Angola en 1989, meses antes de desplegar contingentes nacionales en Namibia y Mozambique. Que tiene a quien mandó la primera Agrupación Táctica en Bosnia, o quien en plena Guerra de los Balcanes fue nombrado Hijo Adoptivo de Mostar reconociendo sus enormes méritos en acercar a dos comunidades separadas físicamente por el rio Neretva, pero sobre todo por un soterrado nacionalismo –lección que olvidamos– cainita e irracional, renacido entre dos comunidades.

Todos nos fundimos en emocionante formación, con los alféreces alumnos que pronto van a recibir sus despachos de Teniente. Cincuenta años entre generaciones nos contemplaban, lo que nos obligó a no pensar solo en el pasado, sino en el futuro. Los setentones que aguantábamos el tipo, cara al duro sol de una mañana toledana, no podíamos prever el horizonte profesional que aguardaba a aquellos jóvenes oficiales. Si nosotros en 1963 pensábamos que nuestros destinos se limitaban a las buenas unidades del Pirineo, a las Compañías de Operaciones Especiales, a las unidades desplegadas en el Sahara, en Ceuta o en Melilla o en una de las Banderas Paracaidistas y terminamos en el África meridional portuguesa, en Centroamérica ,en Bosnia, en Irak y en Afganistán, ¿qué horizontes les esperaban a estos jóvenes oficiales?¿Qué balance presentarían dentro de cincuenta años? ¡Imprevisible!

Todo bullía en nuestras cabezas, cuando el «pater», nombre cariñoso y respetuoso con que señalamos a nuestros capellanes castrenses, nos recordó la clave para alcanzar horizontes seguros: ser honestos; ser sobrios; ser leales; hacer de la vocación un servicio a la sociedad, y serlo para siempre sin fecha de caducidad. Sea cual sea la situación administrativa, una vocación sirve mientras tiene vida. Porque la sociedad necesita el ímpetu del joven pero también la experiencia y el prestigio del veterano. Nuestros capellanes, que pueden pasar muchas veces desapercibidos, y saben estar cerca en los momentos de separación y dolor, por supuesto, también en los de reencuentro y alegría- en los que se convierten en amigos, confidentes, enfermeros o psicólogos. Pues bien, este capellán sólo hablaba de valores, como única forma de afrontar con dignidad una vocación de servicio, porque todo lo demás –satisfacción por el deber cumplido, amor a la familia, compañerismo, honrada ambición– «se os dará por añadidura».

Pensaba en todo esto mientras percibía un ambiente sano entre uniformados y familiares, con hijos, orgullosos de sus padres, educados en la sobriedad, roto sólo el silencio por el bullicio de una legión de nietos.

Cuando en esta España a la que juramos servir soplan vientos de deslealtades y promesas falsas e incluso tribunales extranjeros rompen nuestro propio orden jurídico sin que se haya producido el más elemental gesto que ratifica un proceso de paz, la entrega incondicional de las armas. Lo vivimos bajo bandera de la ONU con la «contra» nicaragüense, con el Frente Farabundo Martí salvadoreño, con la URNG guatemalteca, o con la «unitá» angoleña, y no lo vivimos en nuestro propio suelo patrio. No sólo rompen nuestro sistema jurídico. Intentan romper el alma de quienes más han sufrido el dolor provocado por una organización criminal chantajista y extorsionadora.

Todo estaba presente.

Sólo nos reconfortaba en aquellos momentos, sentir cómo vibraban, fundidas voces jóvenes con otras veteranas, aquellas últimas estrofas del himno de Infantería:

«De los que amor y vida te consagran»

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«canción que brota de almas que son tuyas, de labios que han besado tu Bandera»,

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«y por verte temida y honrada,

de nuevo tus hijos irán a la muerte».

Son los que: «te prometen ser fieles a tu Historia. Y dignos de tu honor y de tu gloria».

¡Cuestión de valores!