
Roma
«De aquae ductu»
La Península Ibérica adquirió la condición de situación estratégica de alta importancia en la guerra entre Roma y Cartago por el dominio y explotación del Mediterráneo occidental y sus dos graneros: Hispania y Sicilia. Hispania se menciona por primera vez en la literatura romana en el año 200 a.C. La poderosa luz de la Historia –Tito Livio, Apiano, Valerio Máximo, Suetonio, etc– produjo el conocimiento y, por añadidura, apuntó los múltiples valores que atesoraban las regiones mediterráneas: los pueblos ibéricos; en la meseta, los celtíberos, y en el Cantábrico, los celtas. La resistencia de estos pueblos a la conquista romana, iniciada en año 218 a.C., concluyó el año 19 a.C. con la guerra contra los cántabros y los astures.
Simultáneamente a la conquista, Roma inició el fenómeno conocido como romanización. ¿Qué herencia dejó Roma a Hispania? Ante todo una estructura política unitaria mediante una extensión de derechos que dieron homogeneidad al conjunto. En segundo término, un sistema de vinculación y comunicación, creando una red de ciudades, conectadas entre sí y con el mundo rural. Se aprecian tres modelos de ciudades: «federadas», unidas a Roma por medio de pactos; «libres», exentas del pago de impuestos; «estipendiarias», con obligación de tributar y mantener guarniciones militares de seguridad. Fuese cual fuese su condición, lo esencial era la intercomunicación del espíritu ciudadano, pues tal era la misión de la impresionante red de vías, que cumplía una doble función: estratégica para la conquista, de seguridad durante la «pax» augusta. La conexión de todas las regiones desde el Cantábrico hasta el océano Atlántico y su enlace marítimo con el Mediterráneo, con un triple propósito: militar, político y económico. Un gran factor integrador fue la lengua latina, que difundió la plural riqueza lingüística prerromana.
Así como en la República (510 a.C. - 44 a.C.) se afianzó en el poder una oligarquía consular y senatorial que llevó a cabo la conquista de Roma, en el Imperio de Octavio Augusto el esplendor de Roma alcanzó una brillantez significativa en el llamado por Arnold Hauser «Arte Imperial» unitario, que dio el tono del Imperio, inseparable de la ingeniería, en la que no sólo se atiende a lo monumental, sino también a cubrir las necesidades de las ciudades, dando nacimiento a la obligación de los servicios indispensables para la vida. La arquitectura, en efecto, es una de las mayores originalidades enriquecedoras de los romanos. A instancia de los emperadores, la llevaron a cabo los «Praefecti Fabrum», con sus equipos de obreros especializados en la construcción, en la fabricación de herramientas y en la creación de materiales prácticamente indestructibles, como el «caementum», una mezcla de cal, cántaros pequeños y polvo volcánico.
Importa comprender cómo la civilización romana aplica los conocimientos de ingenieros, técnicos y obreros para asegurar la confortabilidad de los ciudadanos. Es decir, cómo, desde la idea, se constituye la capacidad creadora técnica de especialistas en atención política mediante los servicios necesarios para el bienestar, el ocio, la conducción de las aguas, las bibliotecas públicas, las termas, las basílicas, los circos, los anfiteatros, los acueductos, los puentes, los hipódromos, las áreas verdes para el descanso y solaz de los ciudadanos. No todo son foros y arcos de triunfo. Sino, más bien, una expresión de la «pax romana» y su inmediato derivado, que es el orden. La nueva política imperial encarnó lo que bien puede considerarse un espíritu nacional romano. Sexto Julio Frontino, de profesión agrimensor, es autor de un tratado titulado «De aquae ductu» –acueducto–, donde destaca la importancia de reunir en una conducción de agua la belleza con la utilidad y el poder. Porque, como afirmó Estrabón, «las grandes obras públicas de Roma son los acueductos, las vías y las cloacas», aquellas en las que la funcionalidad supone un beneficio para la comunidad. Probablemente bajo el Imperio de Augusto se construyó el acueducto de Segovia, para llevar agua a una ciudad de origen militar, de gran importancia estratégica, y conducir agua desde el río Acebeda hasta la sierra de Fuenfría. Para ello se llevó a cabo una obra portentosa de ingeniería: una canalización de dieciséis kilómetros, hasta la torre «El Caserón», de la que parten las arquerías de dos arcos superpuestos, con una altura máxima de 28,90 metros y un ancho de 5,20 metros. Realizado con sillares de granito unidos en seco, para llevar agua potable hasta donde se necesitaba. Nadie debió criticar entonces el coste de semejante obra, sino admirar cómo se cumplió la imprescindible necesidad de llevar la idea a la realidad.
✕
Accede a tu cuenta para comentar