José Antonio Álvarez Gundín

Defender la República

Es natural que Cayo Lara esté nervioso por la proclamación, no de Felipe VI, sino de Pablo Iglesias Turrión como legítimo heredero de la izquierda radical designado por las urnas. Al veterano líder comunista, que se siente empujado a la abdicación, le ha dado un calentón de republicanismo impropio de la edad. Hay ciertas cosas que los jóvenes siempre harán mejor, empezando por no caer en el ridículo. El caso es que Lara pretendía agasajar mañana al nuevo Rey acompañándolo en su recorrido por el corazón de Madrid con manifestantes dando vivas a la República y tremolando la tricolor. Algo así como esa pintoresca asociación laicista que todos los años por Viernes Santo se empeña en manifestarse contra la supervivencia de Dios. Por puro sentido común, la delegada Cifuentes le ha denegado el permiso a formar parte del cortejo real, a lo que Lara ha respondido diciendo que se ultraja a la Constitución y se viola la libertad de expresión. Los lunes, en la vieja casta comunista toca acogerse al calor de la Constitución; el resto de la semana, se propone su voladura fulminante. En realidad, lo que Cayo Lara añora es la Ley de Defensa de la República, promulgada en 1931, granítico monumento a la democracia y a la libertad verdaderas. Con solo seis artículos, la ley penaba con extrañamiento o confinación a quienes hicieran apología de la monarquía, el uso de emblemas, insignias o distintivos reales, difusión de noticias y toda acción o expresión «que redunde en el menosprecio de las Instituciones y organismos del Estado». De lo que se deduce que si a don Cayo se le aplicara hoy la ley republicana sería multado o confinado en Dios sabe dónde. Tiene suerte de ser político en una Monarquía parlamentaria: puede hacer el ridículo y la única consecuencia es que a los jóvenes les inspire cierta compasión.