Marina Castaño

Desmontando tópicos

La Razón
La RazónLa Razón

La envidia es mala, muy mala, y los humanos difícilmente nos sustraemos a ella. Cuando vemos una pareja con una gran diferencia de edad enseguida pensamos en los más diversos motivos para justificar esa unión, normalmente son los económicos y sociales los que llenan las bocas de quienes no tienen mejor cosa que hacer que despellejar. No hace falta echar un vistazo hacia para darnos cuenta de que muchas parejas que levantaron las críticas despiadadas de unos y de otros sólo se vieron separadas por la muerte, y pienso ahora en Anthony Quinn o Cary Grant, cuya diferencia de edad con sus últimas mujeres se cifraba en 47 años, lo mismo que con Picasso y Jacqueline, y vean que no me estoy refiriendo al ámbito de la frivolidad, con Hugh Hefner a la cabeza y sus sucesivas esposas/conejitas, cuyos matrimonios se convertían ya en algo repetitivo que no impresionaba –ni importaba, por más publicitados– a nadie.

Hace pocos días se casaban Rupert Murdoch y Jerry Hall, ya entraditos ambos en años, bajo el aplauso de amigos e hijos, cuando al mismo tiempo saltaba el escándalo del affaire entre el ex primer ministro británico Tony Blair y la ex mujer de Murdoch, Wendi Deng, recogido en un libro donde se detallan con todo lujo de detalles los encuentros –o casi los combates– amorosos de estos últimos. Me pregunto si el autor tenía lugar de preferencia para ser espectador de excepción de los hechos, cosa bastante improbable, pero esto nos da la medida exacta de la credibilidad que merecen este tipo de libros, esas biografías apócrifas, esos libros de historia... ¿Quién nos garantiza que la historia es como nos la cuentan? Reparemos ahora en Hollande que, según dicen, tiene novia joven por la que rompió con su anterior, rencorosa y vengativa amante, de cuyo nombre ya ni nos acordamos, tan efímero fue el libro de su autoría o, mejor, el libro que firmaba donde el presidente de la República no salía muy bien parado ni como amante, ni como persona, ni como político, ni como nada. La que ejerció de primera dama francesa por un tiempito fue cambiada por una actricita que no ejerce de nada, sólo se sospecha que se aloja en los aposentos presidenciales del Elíseo, para que él la tenga cerca en sus ratos libres, cosa que a todos nos parece feo y hasta humillante. ¿Dónde están las feministas protestando, quitándose el sujetador y enseñando los pezoncillos?

Pero volvamos al principio de nuestro comentario. Algunos han definido la pareja de Vargas Llosa e Isabel Preysler como la relación entre un anciano y una jovencita, y esto, claro, no tiene que ver con la realidad. Ni él es tan anciano ni ella tan joven. Quince años los separan –o más bien los unen–, que es una diferencia razonable; tienen una posición económica y social muy similar, así pues, no se les puede asociar a ningún topicazo, son simplemente un hombre y una mujer que se gustan y hasta se quieren, así de vulgar. ¿Que él tiene ochenta años? Sí, pero a esa edad, no lo olvidemos, no está el ser humano huero de sentimientos, de ganas de vivir, de ansias de felicidad, de deseos y, ¿por qué no?, de sexo, y si no hay mucha fuerza para ello, existen ayuditas muy bien conseguidas, que no existían en los setenta, cuando Picasso era ya nonagenario, gozaba de una juventud exultante y no se recataba al decir que el que nace joven lo es para toda la vida.

Sí, somos crueles porque somos jóvenes todavía, pero la juventud es una enfermedad que se cura con los años y cuando lleguemos a donde están ahora quienes son objeto de nuestras conversaciones, podremos opinar. Parece que eso nunca va a llegar, igual que los españoles nunca creímos que pudiéramos ser objeto del terrorismo yihadista, acostumbrados a las domésticas y crueles matanzas de la banda asesina ETA, y ahí tenemos el triste recuerdo del 11 de marzo de 2004, que hizo cambiar el rumbo de nuestro adorado país, aquella catástrofe que nos puso en el punto de mira de las matanzas a nivel internacional y que también, ¿por qué no decirlo? nos trajo al peor presidente de nuestra historia, a Rodríguez Zapatero, de triste recuerdo... Creo que me estoy desviando un poco del propósito de estas líneas, que ya quedó más que expresado: los tópicos no son aplicables a diestro y siniestro para juzgar a unos y a otros. Es más, un viejo dicho inglés dice «no juzgues, no te quejes, no te lamentes», en referencia a tres premisas que denotan mala educación. Claro que aquí no es que gocemos de una exquisitez ejemplar...