Unión Europea

Dos rubios peligrosos

La Razón
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En Washington no saben qué hacer con Europa. El Brexit los ha cogido mirando a la luna, confiados hasta la tormenta perfecta de que los británicos no harían el primo. Hay desconcierto, desasosiego y rabia en los discursos de los políticos. Mientras los analistas sopesan, al ritmo de una libra en apnea, quien será su vocero ante la UE, crece el pánico a la congelación de los tratados de libre comercio. George Soros, filántropo y corsario, especulador y gambitero, pronosticó la permanencia del Reino Unido en Europa y, tras estrellarse, lamenta la multiplicación del hedor nacionalista. El nido de tarántulas tiene las puertas abiertas y las sabandijas bailan claqué sobre el cadáver del sueño paneuropeo. Los servicios secretos alertan contra el peligro de una implosión en las centrales de inteligencia, justo cuando el monstruo yihadista cabalga a lomos de un caballo amarillo. Tampoco olvidan la agitación que viene del Este, con el oso ruso que ausculta de reojo la debilidad del frente occidental. Putin sonríe voraz, envuelto en la balada del alma rusa y erizado de misiles como un erizo. Tampoco queda claro si una Europa sonada, casi grogui, logrará contener la sangría en Medio Oriente. El romance de una UE que debe redoblar sus lazos, salvar el euro y arremangarse en las cuestiones geoestratégicas fundamentales descarriló hace tiempo. Ahora se antoja quimérico. Por no hablar de la satisfacción de todos los payasos, que solicitan nuevos referéndums y apuestan gangosos por una sobredosis de localismo. Marine Le Pen y otros endriagos agitan felices la parafernalia antiliberal. La misma que en EE UU teje una fábula en torno a Donald Trump, emocionado mientras pronostica la devastación del continente. No es para menos. La machada del británico Boris Johnson, más culto pero igual de tunante, es el espejo en el que avizora su futuro. Si el ex periodista, pata negra del Eton College, supo bajar a las esquinas para presentarse como el campeón de los descamisados, qué no conseguirá él, que ni siquiera necesita fabricarse un pasado: luce radiante en el subconsciente de la nación. Orgulloso galán de la televisión bazofia. Príncipe coronado de los tabloides. Rey de la parla populachera y la palmadita en el hombro. Que no dé la talla, sea un zafio y no sepa cómo engarzar cuatro frases, lejos de aminorarlo, redobla su encanto. Los tiempos, agónicos, premian el bisbiseo de los alcahuetes. La patada al tablero británico, lejos de ser una cuestión doméstica, alerta sobre el atractivo del voto enajenado. Está por ver si Hillary Clinton, seca como una opositora, sabe o puede contrarrestarlo. De lo contrario, asistiremos a un descalabro épico. Un par de rubios, Jonhson y Trump, unidos por su facilidad para disfrutar de exenciones morales, que sólo responden ante su ego y amenazan con regir el destino de dos potencias nucleares. Confiemos en que no todos los ciudadanos voten con el recto. Aunque debilitado, el instinto de conservación todavía está a tiempo de aplacar la in-sania. Los idus de marzo se anuncian para noviembre.