Martín Prieto

El bloqueo que nunca existió

La única vez desde su independencia en que Cuba quedó sometida a bloqueo fue durante la Crisis de los misiles bajo la Administración Kennedy en 1962, y aun así la US Navy sólo interceptaba buques soviéticos portadores de balística nuclear. El llamado «bloqueo cubano», que nunca existió, es mercadotecnia política para uso interno utilizada «ad náuseam» para justificar el doble derrumbe de la economía castrista: el modelo propio y la caída de la URSS y el socialismo real en Europa. Un demócrata como Bill Clinton firmó en 1996 la Ley de la Libertad Cubana y Solidaridad Democrática, conocida por Ley Helms-Burton por sus promotores, el senador por Carolina del Norte y el representante por Illionis. La ley tenía un origen criminal: el derribo por cazabombarderos cubanos de dos aviones civiles desarmados de «Hermanos al rescate» en busca de balseros a la deriva entre la isla y Florida. No hubo supervivientes. La Helms-Burton no establecía sanciones sino hipotéticas represalias legales contra terceros que comerciaran con Cuba o la prohibición a sus directivos de ingresar en EE UU. Represalias de helado de nata pasado por el microondas. Ni la hostelería española ha abandonado sus controlados negocios en Cuba, ni «Iberia» ha dejado de volar a La Habana, ha florecido el turismo canadiense, y Venezuela sigue suministrando a la monarquía castrista petróleo regalado o a precio de amigo.

Cuba tiene un problema más serio ante el Tribunal Internacional de Pagos, de Nueva York, porque jamás ha sufragado las deudas de sus expropiaciones revolucionarias, desde Bacardí a Davidoff. Franco tenía una extraña y psicoanalítica debilidad por Fidel Castro y lo único que logró para resarcir a los despojados acreedores españoles fue una oferta de pago en retretes excedentes de un envío solidario chino. El bloqueo cubano consiste en la erradicación de la propiedad privada, una economía basada en el periclitado azúcar que no usan ni para mover los vehículos con alconafta, la morosidad y el impago internacional como sistema, sin otras divisas que las del turismo sexual y de los «gusanos» del exilio.

Pero si Bergoglio, Pancho para los argentinos, ha bendecido esta normalización de relaciones entre Washington y La Habana, no cabe hacer muchas objeciones, aunque el Congreso estadounidense, de mayoría republicana, está deseoso de ponerle trabas a Obama. Pero si en Hanói hay embajada estadounidense y embotelladora de Coca-Cola, el bloqueo que nunca existió debe difuminarse como leve neblina y colocar al paleolítico castrismo ante sus necesidades reales. Con excepción de nuestro admirado Gaspar Llamazares, doctor y comunista, nadie viaja a Cuba a estudiar Medicina o curarse un cáncer. El alto nivel de mortalidad oncológica cubana obedece a que no tienen dinero para pagar la carísima farmacopea multinacional. Pese a 60 años de fracaso del nuevo órden comunista, la dinastía Castro (como la norcoreana) sólo ha logrado bajar el listón del reparto de la pobreza. Es de buen sentido que la OEA y la UE sigan el ejemplo de Obama y limen sus reticencias hacia el caribeño Parque Jurásico, que empezará a desguazarse si se ve obligado a abrir más líneas telefónicas e internet para todos. El castrismo tendría los días contados en los cibercafés.