José Antonio Álvarez Gundín

El desafío moral del ébola

El ébola es mucho más que un virus letal que fulmina al 70% de las personas que ataca. Además del desafío médico que plantea, como un «test de estrés» para calibrar la eficacia de los sistemas sanitarios, pone a prueba la fortaleza moral de la sociedad. Nuestro caso, tras el contagio de Teresa Romero, es bien elocuente. Desde que Sáenz de Santamaría se puso al frente del comité de crisis, ha vuelto la tranquilidad a la opinión pública, lo que es muy de agradecer, pero convendría no olvidar los primeros días de histeria y alarma. En esos días aparecieron síntomas inquietantes de discriminación y aun de criminalización del vecino, fruto de un temor irracional al contagio. No tardando mucho, es probable que el estigma se extienda a los inmigrantes en un brote de xenofobia más destructor que el ébola.

Han pasado ya diez días desde el ingreso de Teresa Romero y, sin embargo, en su ciudad, Alcorcón, aún persiste el miedo, como lo demuestra el hecho de que las peluquerías hayan perdido gran parte de la clientela. O que en algunos parques casi hayan desaparecido los perros. Todavía muchos ciudadanos reaccionan creando un «cordón sanitario» a pesar de que científicamente sea imposible el contagio. Esta atmósfera de temor cerval recuerda, salvando las distancias, al clima irrespirable que se instaló en EE UU cuando estalló la epidemia del sida. En los momentos más terribles, la reacción social ante los contagiados alcanzó la intensidad de una caza de brujas. Sólo cuando se asumió que la lucha contra el VIH era resposabilidad de todos, no sólo de los homosexuales, sólo entonces se empezó a ganar la batalla. Del mismo modo, el combate contra el ébola no avanzará mientras los ciudadanos no lo asuman como una tarea colectiva de la que no cabe marginar o excluir a nadie, menos aún a los infectados y a los inmigrantes. Si la OMS está en lo cierto, dentro de tres meses habrá en África Occidental más de 150.000 contagiados, con lo que el virus se volverá incontrolable. Y no habrá fronteras ni filtros que lo frenen. La única manera de impedir una pandemia devastadora es concentrar todo el arsenal médico, sanitario y científico de EE UU y Europa en África. Pero no menos importante es la actitud moral de nuestra sociedad, que no puede caer en una caza de brujas. En ello tienen mucha responsabilidad los partidos políticos. Si alguien quiere un ejemplo en el que inspirarse, ahí está el de ese puñado de misioneros españoles que no se han arredrado por la muerte de Pajares y García Viejo, y siguen al pie del cañón arriesgando sus vidas para vencer al ébola. Toda una lección moral para los predicadores del «cordón social» contra el apestado.