José Antonio Álvarez Gundín

El ídolo derribado

En Premià de Dalt, a 20 kilómetros de Barcelona, había una estatua de Jordi Pujol que parecía uno de esos ídolos que algunas tribus erigen en mitad del poblado para invocar la protección de los dioses. Pero ayer, la figura mayestática del prócer amaneció en el suelo. No es probable que el derribo fuera debido al temporal que azotó Cataluña durante la noche. Parece más bien obra de alguien que no se dejó intimidar por la bronca de Pujol al Parlament. Es, en todo caso, el símbolo oportuno de la caída en desgracia de quien durante 23 años fue adorado como padre de la patria. Más aún, escenifica el rechazo al régimen nacionalista que gobierna Cataluña desde hace tres décadas apoyado en la corrupción institucionalizada. Por la forma en que aterrizó la de Pujol desde su pretencioso pedestal de tres metros de altura recuerda mucho a las estatuas de Lenin abatidas tras la caída del Muro, que de la noche a la mañana aperecían sobre el empedrado con huellas de ensañamiento. También trae a la memoria sonadas demoliciones retrasmitidas en directo por televisión, como las de Sadam Husein o Gadafi. Artur Mas debería tomar nota de que lo primero en caer de todo edificio nacionalista cuando los ciudadanos se hartan son precisamente las estatuas que lo decoran. Después vienen los ajustes de cuentas, como el reclamado ayer por el PSOE, que a la misma hora en que Premià retiraba a sus almacenes el ídolo caído, presentó una querella contra Pujol por fraude fiscal y blanqueo de dinero. Nada que objetar a la iniciativa del partido de Pedro Sánchez, pero ¿no habría sido más apropiado y más valiente que la presentara el Partido Socialista de Cataluña? Salvo que el PSC, en vez de tumbar las estatuas de los idólatras se contente con ensuciarlas como las palomas.