Historia

Alfonso Ussía

El pobre prisionero

La Razón
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«Chango» Rodríguez es el autor de una de las zambas salteñas más queridas. La bordan «Los Chalchaleros», cuando el gran conjunto folclórico del norte argentino lo formaban el Gordo Saravia, Ernesto Cabeza, Pancho Figueroa y Polo Román. Al Chango se le nubló la cabeza en una carpa del carnaval de Cafayate, y zanjó una discusión de cervezas con un disparo. En la cárcel, con su guitarra, compuso su maravillosa zamba, «La Luna Cautiva». Esa luna que el veía entre rejas. El Chango soñaba con la libertad y en ella se veía, pero la luna siempre salía y se elevaba al cielo de la noche tucumana entre los barrotes de su celda.

Don Ramón Menéndez Pidal incluye el «Romance del Prisionero» en su Flor Nueva de Romances Viejos. El romancero español es una encadenada gloria literaria. «Que por mayo era, por mayo,/ cuando hace la calor,/ cuando los trigos encañan/ y están los campos en flor,/ cuando canta la calandria/ y responde el ruiseñor,/ cuando los enamorados/ van a servir al amor;/ y aquí yo, triste, cuitado,/ que vivo en esta prisión,/ que ni sé cuando es de día,/ ni cuando las noches son,/ sino por una avecilla/ que me cantaba al albor./ Matómela un ballestero;/ déle Dios mal galardón».

La madre del asesino Lanza, que tiene un apellido montañés ilustre, Huidobro, se siente desolada. Dice que la celda en la que han hospedado a su hijo, el malvado criminal que dejó tetrapléjico de una pedrada a un guardia municipal de Barcelona, y mató en Zaragoza a un hombre por llevar unos tirantes con los colores de la Bandera de España, es una celda muy reducida de espacio y que desde ella, su hijito querido no puede ver el cielo. Después de «Ciutat Morta», podría escribir el guión de una nueva película, en cuya producción colaborarían Jordi Évole, Julia Otero, Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias y Ada Colau. La película llevaría el título de «Mi hijo no ve el Cielo», y el resultado sería mazo, guay, de alucine alucinante. «El Chango» cumplió con una parte de su condena, y a los cuatro años de prisión fue beneficiado por un indulto. Durante su estancia en prisión escribió poemas y canciones, y jamás se quejó. Sabía que estaba ahí porque lo merecía. El prisionero del romance medieval español, era un dominador de la palabra culta. Lenguaje caballeresco. En aquellas calendas se encarcelaba por poca cosa y a capricho del señor que dominaba el territorio. Me refería, pocos días atrás, a la estancia en la gélida prisión de San Marcos de León de don Francisco de Quevedo, en una mazmorra subterránea por orden del Conde-Duque de Olivares, Valido de Felipe IV, al que don Francisco envió su «Padrenuestro Glosado». Por aquel poema, Quevedo sufrió cárcel y tortura, y allí, en la soledad de su celda, ayudado por las entreluces de sus velas agonizantes, escribió sus mejores poemas de amor.

«Mi hijo no ve el cielo desde su celda». No se preocupe la dulce mamaíta. Su hijo estará muchos años encarcelado, y verá el cielo. Ya lo hace cuando sale al patio en las horas de paseo. Pero su hijito del alma, tan mal educado por ella, es simplemente un criminal, no un poeta. El «Chango» era un poeta que mató a un contrincante cervecero, no un asesino que escribía poesías y componía zambas, cuecas, vidalas y chacareras. Y el caballero del romance, un poeta culto que vivía pendiente del canto de una avecilla que terminó atravesada por el tino de un ballestero. Y qué decir de don Francisco, encerrado en San Marcos por su anónimo al Rey, soñando entre sus temblores con la luz de los limoneros de Amalfi de su protector el Duque de Osuna.

Si el niñito, por ahora, no ve el cielo, mejor para el cielo. Su niñito es un violento asesino. Es la madre responsable directa de su situación, educándole en el odio, y justificándolo. Cuando escribo, desde mi despacho, veo el cielo de Madrid. Azul brillante. Y en mi balcón, la Bandera de España. Me consuela saber que ese ejecutor del odio no comparte ni mi cielo ni mi Bandera, ni mi libertad.