Agustín de Grado

Enredos socialistas

El partido socialista tiene el gran deber en esta hora de hablar a tiempo, con toda altitud y precisión (...) porque gobernar, sólo puede un partido por su dimensión nacional». La frase podría ser de Bono, Fernández Vara... o Corcuera, el último en irrumpir sin contemplaciones diplomáticas en el agitado debate que desangra al partido. Pero la pronunció Ortega en una sesión de las Cortes Constituyentes de la II República. Demuestra que el PSOE arrastra dificultades para articular una política de carácter nacional desde sus orígenes como partido de clase fiel a la idea marxista de que «los obreros no tienen patria». Este escollo fue evidente durante la II República, en cuya Constitución trató de insertar la declaración de España como «una República de trabajadores». El proyecto pragmático, moderado y nacional que construyó Felipe González para ganarse el respaldo mayoritario de la sociedad española quebró cuando un Zapatero débil se echó en brazos de los enemigos de España y abrió la caja de Pandora con aquello de la nación como «concepto discutido y discutible». Sólo en privado los socialistas sensatos alertaban del desastre que aguardaría al PSOE abrazando la España plurinacional. Pero mientras unos jaleaban, otros consintieron. Y hasta aquí han llegado juntos.

El gran partido de la izquierda democrática se descompone por la ausencia de una idea clara y reconocible de España. Sin determinación para encarar lo evidente, y con el órdago secesionista como coartada, pretenden ahora enredarnos a todos en una reforma constitucional innecesaria con el objetivo no declarado de cortarse un traje federal a la medida de su indefinición. Así los socialistas catalanes podrán defender una cosa, los andaluces la contraria, y el resto, la que se les antoje en cada ocasión.