Partidos Políticos

Escrutando a Mariano

La Razón
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«Por el mar corre la liebre, por el monte la sardina...» le cantaba un grupo de vecinos a Mariano Rajoy en el colegio electoral donde acudía a votar acompañado de su esposa Elvira en marzo de 2004. El país se encontraba bajo el shock de los atentados de Atocha y con la jornada de reflexión volada por los aires al ya saben, «queremos un gobierno que no nos mienta». Y como tuve oportunidad de acompañarle durante todo ese periplo electoral, incluida la precampaña con algún salto a Latinoamérica hasta aquella fría mañana del «14-M» al colegio Bernardete de Aravaca podría garantizar que fue la ocasión en la que vi más descompuesto a un político al que desde ese día le ha encajado como guisante en la vaina la frase «lo que no te mata te hará más fuerte». Rajoy no ejecuta políticamente al amanecer, no deja mártires, sencillamente acomoda los tiempos a su particular medida mandando al ostracismo –que es el peor de los avernos para un político– a todo aquel que se haya puesto enfrente de la armonía mariana.

Es ahora por lo tanto, con el escozor del «21-D» y con las barbas de mucho «barón» territorial puestas en remojo a poco más de un año para las municipales y autonómicas, cuando a algunos les toca pedirle al presidente que haga, justamente aquello que sabemos que no va a hacer, ni con carácter inmediato ni con los tiempos de otros. Salvada alguna cuenta pendiente por llegar derivada de la gestión de la crisis catalana y cuando toque que nadie espere grandes movimientos a corto plazo, que nadie cuente con maniobras más allá del obligado cierre de filas. Todos saben –y pruebas no han faltado desde el congreso de Valencia en 2008– que aquellos que pequen por impaciencia u oportunismo, sencillamente lo pagan, en su momento, pero lo pagan. Es una de las grandes lecciones aprendidas por los tentados para disentir del marianismo, sabedores de que otros antes habían jugado sus cartas con tal ceguera frente a Rajoy que a éste le bastó solo con elegir el cuándo y el cómo de su desintegración política.

Dejando pues sentado que poco se conoce al líder del PP si de él se espera que saque los pies del tiesto convendría recordar –sin negar la necesidad de resetear estrategias– que con la misma facilidad con que se cuestiona ahora la rapidez en convocar comicios catalanes se alababa esa decisión hace dos meses como jugada maestra de estrategia digna de Nicolás Maquiavelo. Seamos coherentes, la arriesgada aplicación del artículo 155 en Cataluña no ha sido una mera elección de Rajoy con el apoyo de Sánchez y Rivera; era la única y exclusiva opción, a sabiendas además de que solo el partido que gobierna la nación pagaría allí las consecuencias electorales. Tal vez por ello el «21-D» tenga algo de oportunidad para el PP –si sabe gestionarlo, claro está– en el resto de España. Puede servir para Rajoy hoy más que nunca aquella doble condición que Felipe González se arrogó en su momento: «Solución y problema».