José María Marco

Fantasías españolas

La Razón
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El lenguaje crea sus propias realidades. Un amigo lo recordó la noche en la que el presidente de la Generalidad proclamó la República catalana para suspenderla acto seguido, al evocar la célebre paradoja que suscita un enunciado como «El rey de Francia es rubio» (la frase original indica que es «calvo», pero dejo esto para otra ocasión) cuando en Francia no hay monarquía. La frase no es falsa ni es verdadera, y aunque tiene sentido no lo tiene del todo, o lo tendrá, según otras soluciones del acertijo, según el contexto en el que se pronuncie.

Otro tanto ocurre con la ya célebre declaración de la República, la de los ochos segundos, según una página web, que ha llevado a la Comunidad Autónoma de Cataluña a estar viviendo estos días en una curiosa situación. La declaración del presidente dejó en suspenso todas las instituciones vigentes, también el Parlamento de Cataluña y por descontado el Estatuto y la Presidencia de la Generalidad, pero hasta que esta no se decida a dar una respuesta al requerimiento del Gobierno, estas instituciones, y toda la organización y la legislación del Estado en la región, continuarán vigentes y en funcionamiento gracias al Estado español. Este, efectivamente, ha decidido tomarse en serio la suspensión de la suspensión en pro de una salida que no lleve a la suspensión real de la Autonomía. (Un importante diario nacional se creyó obligado a precisar, también de forma muy clásica, que «una DUI es una DUI»...)

La fábula permite calibrar algo muy propio de Cataluña. Y es que Cataluña forma parte de España de tal modo, tan íntima y densamente, que incluso las fantasías de conducta unilateral y libertad total sólo tienen sentido si España –es decir el Estado y la sociedad españoles– las sustenta.

Es posible que este sea uno de los objetivos últimos del presidente del Gobierno central al dar tiempo al de la Generalidad para aclararse sobre el sentido de su propio gesto. Además de incitarle a volver a la realidad, el gesto sugiere que esa realidad sólo puede ser España, incluso en la fantasía de la independencia. Como si los independentistas catalanes estuvieran poniendo en escena, sin saberlo muchos de ellos, un sueño propiamente español de emancipación y demolición de España.