Política

Restringido

Hacia un nuevo horizonte político

Hacia un nuevo horizonte político
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La última encuesta del CIS confirmó que asistimos a la aparición de un nuevo horizonte político, no exento de nubarrones e incertidumbre. El pronóstico más razonable ahora mismo es que habrá, cuando menos, un debilitamiento del bipartidismo y la irrupción de fuerzas nuevas, que pretenden liquidar el espíritu de la Transición y que amenazan con ponerlo todo patas arriba. Su objetivo proclamado es la conquista del poder, el «asalto al cielo», sin saber muy bien para qué, salvo para acabar con el actual «régimen». Es natural que esta impetuosa llegada de lo desconocido, que carece de toda experiencia de gobierno y que presenta algunas credenciales dudosas produzca un cierto desasosiego y una notable curiosidad, lo mismo que ocurrió en Italia con el cómico Pepe Grillo y el movimiento «5 Estrellas». Asistimos, en todo caso, a una aceleración histórica y a lo más parecido a un cambio de época con un drástico relevo generacional y la irrupción de nuevos actores, medio populistas, medio anarquistas, aupados por círculos asamblearios, las redes sociales y los demás medios de comunicación. Encuentran acogida favorable por el profundo cabreo de la gente de la calle con la actual clase política debido a las oleadas de corrupción, el paro y los demoledores efectos de la crisis económica en las clases medias, hoy depauperadas.

Justamente por todo ello, y para evitar males mayores, habría que recuperar el espíritu de la Transición. A la muerte de Adolfo Suárez, hace unos meses, hubo un clamor en la opinión pública exigiendo volver a aquella forma de hacer política, menos partidista y más concordada y orientada al bien general. Aquel sueño ha degenerado en la confrontación y los insultos. Los políticos se han perdido el respeto entre sí, con el «más eres tú», y la gente consecuentemente ha perdido el respeto a los políticos y la fe en la política. Hasta el punto de que vuelve a tomar fuerza la doctrina franquista de renegar de los partidos políticos, paso previo a renegar de la democracia. Ante este panorama no resulta descabellada la propuesta de Felipe González de ir pensando tras las próximas elecciones en un gran Gobierno de coalición PP-PSOE, como ocurre ahora mismo en Alemania o en Italia. Evitaría la irrupción de fuerzas poco fiables, probablemente desestabilizadoras, haría frente con garantías a la «cuestión catalana», a la crisis institucional con las reformas constitucionales que hicieran falta, y a la salida de la crisis económica.

La experiencia, aún inédita, ayudaría a superar los sectarismos actuales, limitar la influencia de las fuerzas separatistas de la periferia, poniendo de relieve su prescindibilidad, limpiar la corrupción en la vida pública y restablecer visiblemente en España y de cara a Europa la fuerza del diálogo político. Para esto hay que tener sentido de la realidad y sentido de Estado.