Ángela Vallvey

Instinto

La Razón
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Se sorprendía el viejo Gert von Natzmer del instinto de los animales. Es verdad. Qué envidiable resulta, en cierto sentido, «el ser» animal. Los animales parece que nacen enseñados. Nadie instruye a las abejas, las arañas y las aves sobre cómo construir sus nidos. Ni sus padres ni sus novios les dicen lo que han de hacer. Hacen nidos sin haber visto nunca uno, salvo quizás aquél donde se criaron, cuando eran demasiado torpes para fijarse mucho, o estaban simplemente ciegos. Muchos animales tienen un poderoso instinto que les hace construir nidos. Si fueran personas, serían propensas a crear burbujas inmobiliarias. O no, porque se contentarían con su propio nido, sin pensar en edificar para terceros con objeto de obtener por ello un beneficio. El caso es que, aves e insectos, erigen siempre el mismo nido, con los materiales de siempre. Bueno, es posible que nuestra época esté pervirtiendo un poco las cosas. Que los residuos industriales sirvan para el nido de alguna cigüeña de esas que ya ni siquiera emigran, que se han vuelto perezosas y carroñeras, y como no tienen frío en invierno (el famoso calentamiento global que algunos juran que no existe, y eso con el termómetro reventado en la mano); cigüeñas que se han trocado en inquilinas de renta antigua de los campanarios de las iglesias de la meseta. Okupas anticlericales tal vez, a juzgar por los ruidos que hacen...

El instinto de los animales les evita tener que ir a la escuela. Los animales sólo van al colegio en las fábulas de Esopo. No tienen necesidad. Los humanos, sin embargo, somos tan torpes que se diría que carecemos de instinto. No sabemos ni por dónde empezar. Como diría Wallace Stevens: cómo vivir, qué hacer. No sabemos. Si no pudiésemos acceder al conocimiento de otros, que han pasado antes por el mundo pudiendo decantarlo, nuestra vida sería un suspiro de ignorancia y confusión antes de cerrar los ojos para siempre. Marañón decía que toda la obra de la educación no es más que una superación ética de los instintos. Pero, ¿qué instintos?, me pregunto yo. No los instintos valiosos de los animales, que les hacen construir nidos perfectos e intemporales. Los instintos humanos no guardan un saber ancestral incluido en el ADN como un regalo de la naturaleza. Pues, al fin y al cabo, ni siquiera sabemos fabricar nidos. Sólo rascacielos. O autopistas de peaje.