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Islam contra la democracia

La Razón
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El cónclave de sabios sortea culpabilidades tras la masacre en Orlando. Un vecino, siempre al quite, recordaba ayer que la discoteca sobrepasaba el aforo permitido; como si un exceso de clientes por metro cuadrado explicara las causas de la atrocidad. También escuché a una locutora denunciar la facilidad para comprar armas en EE UU. Al respecto «The New York Times» publica que en las últimas 16 matanzas la mayoría de los arsenales fueron adquiridos con los papeles en regla, y eso que en al menos 8 casos los asesinos poseían antecedentes criminales y/o historiales de problemas psiquiátricos. Alguien recordó a Trump, su cruzada contra los inmigrantes, su retórica de fuelle explosivo, pero tranquilos, que ya se acopla él solo la trompa de payaso: «Agradezco las felicitaciones por tener razón en cuanto al terrorismo islámico», dice, y se queda tan ancho. Finalmente está la política exterior del país. El desastre en Siria e Irak. La mullida oratoria con la que Obama habla del yihadismo. La falta de controles policiales o la inútil sobreabundancia de gendarmes en aeropuertos (si total para qué, si no hay forma de vigilar todo). Qué decir de la homofobia, la xenofobia, la cultura de la violencia, el internet que es «mu’malo» y corrompe, los videojuegos belicistas y las películas catastrofistas. Ok, fabuloso, pero «nos engañamos si creemos que nuestros peores enemigos no están inspirados por la ideología que ellos mismos reivindican» (Ayaan Hirsi Ali dixit).

Tras la carnicería de Charleston, cuando el nazi Dylaan Roff liquidó a 21 parroquianos, nadie osó impugnar la relación causa/efecto entre sus crímenes y el racismo del que fardaba. El tipo era un supremacista blanco, un admirador del Ku Klux Klan. Argüir que estaba loco, una obviedad, no podía usarse como parapeto para ocultar la existencia de un avispero racista, minoritario pero real, incrustado a la psique de los estados confederados. Sin embargo, Hirsi Ali, mujer, somalí, víctima de la ablación, intelectual amenazada de muerte, fue desposeída de un doctorado honorífico en la Universidad de Brandeis después de que 6.000 estudiantes y 85 profesores firmaran una petición en su contra. Joseph Lumbard, del departamento de Estudios Islámicos y Oriente Medio, afirmó que honrar a Hirsi Ali había «incomodado a los estudiantes islámicos, que no se sienten bienvenidos». Cómo no iban a protestar si les susurra a diario que el 78% de los habitantes de Paquistán, el 65% de Palestina, el 96% de Jordania, el 64% de Malasia, el 94% de Senegal, el 96% de Turquía y el 91% de Indonesia apoya que sus leyes nacionales observen de forma estricta las enseñanzas islámicas. Por no citar los casos de Arabia Saudí o Irán, enfrentados por la interpretación de los textos y/o la historia del islam. Nimiedades frente a lo importante, la feroz persecución de las libertades y, para el caso que nos ocupa, el asesinato de homosexuales. Allá cada cual, allá nosotros y la democracia, si lejos de exigir reformas desdeñamos el delirio ideológico de cientos de millones.