Restringido

La redención de Trump

La Razón
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Entre las cosas más emocionantes del periodismo se cuenta que la actualidad triture tu última columna. Largábamos hace cinco días del aislacionismo que patrocina Trump y va y bombardea Siria en justa respuesta al ataque con armas químicas del carnicero de Damasco. Una acción, ordenada por una Casa Blanca súbitamente lúcida, que resulta, primero, necesaria, y sobre todo redentora. Higiénica si no queremos vomitar cada vez que alguien afirme, con lúcido pesimismo, que todo está perdido. Lástima que cierta intelectualidad, ella sí extraviada del decoro, haya condenado el bombardeo. ¿Será mejor, entonces, asistir impávidos a la cremación de esos cuerpos infantiles, la lengua como un nudo violeta por el cloro, mientras nos enrocamos en la rebequita de una negociación tan imposible como indecente? ¿Qué puede discutirse con quien gasea a su pueblo? Nada, excepto su liquidación. Cero, excepto cómo y cuándo demolerlo. Los espíritus delicados, que musitan el orteguiano no es eso, no eso, ¿preferirían repetir la hazaña de Ruanda, cuando el mundo en pleno cogió vacaciones en tiempo de machetes? ¿Habríamos aplaudido la no intervención de EE UU durante la II Guerra Mundial? Diga lo que diga el hijo de Susan Sontag, hay veces en que la peor medicina, la más cobarde y rastrera, consiste en jugar a los Ents. Aquellos árboles móviles e hirsutos del bosque de Fangorn creados por Tolkien. Los Ents preferían reunirse durante quince horas y no hacer nada, aparte de debatir con ímpetu narcotizado y darse los buenos días cuando cae la noche, antes que pelear contra el malvado Saruman. Luego ya si eso que otros peleen por nosotros. Pero incluso los Ents, desolados por la deforestación patrocinada por el mago de blanco, encontraron un fósforo de orgullo. Un trueno de dignidad herida. Y pelearon. Trump, al que le sobra orgullo en cantidades inversamente proporcionales a su decencia, ha demostrado que EE UU es, todavía, la última esperanza de quienes creen con Woody Allen en los bates de beisbol como única herramienta para debatir con los asesinos. Bachar Al Asad lo es, de la peor calaña. Capaz de envenenar niños con tal de amarrarse al trono. Ante semejante bestia sólo cabe sacar a pasear los tomahawks. Cualquier otra postura frente al extermino de una población civil desarmada e inerme equivale a alinearse con los verdugos. Quién me iba a decir que aplaudiría a Trump. Por mucho que el plan sea un no plan, y que su política internacional tenga el encanto de una brújula sin imantar. Entre tanto, y como siempre, Europa de perfil. En plan comemierda. Y el coro de grillos que cantan a la luna, a lo suyo: enzarzado en soliloquios acerca del imperialismo, sus galgos y podencos, el mismo día y a la misma hora que los infantes sirios abrían unos ojos muy blancos y una boca sucia de espuma. Convénzanse. Los hijos de puta ni son nuestros ni suyos. Son hijos de puta. Hay que tratarlos como tales.