Refugiados

Lesbos

La Razón
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Resulta una trágica paradoja que en una isla tan paradisíaca como Lesbos (90.000 habitantes) sobrevivan varios miles de seres humanos hacinados como si tuvieran la peste y tentados por la desesperación. Más paradójico aún es que el continente europeo (con sus cien millones de ciudadanos) alce muros y alambradas para impedir la entrada de centenares de miles de personas –de las que casi el 40% son menores– que huyen de la guerra, de la violencia, del hambre y de otras calamidades.

Que Francisco se haya traído al Vaticano a tres familias sirias ha sido tachado por algunos espíritus mezquinos como demagógico y populista. Si a estas doce personas sumamos los miembros de otras tres familias ya acogidas en su día por el Papa nos encontramos con la sorpresa de que el minúsculo Estado pontificio ha acogido a más refugiados que otros países –España incluida– con superficies infinitamente más dilatadas que las 44 hectáreas de la Ciudad del Vaticano. Pero lo menos importante en este gesto son los números porque a ellos habría que sumar la multitud de refugiados acogidos por las diócesis, comunidades religiosas y organizaciones católicas europeas de asistencia caritativa. Francisco conoce muy bien las dimensiones numéricas de su arranque humanitario. Sólo ha querido enviar a Europa un mensaje: mientras los corazones de los hombres y mujeres sigan cerrados, los Gobiernos encontrarán mil excusas para tapiar sus fronteras y redoblar las medidas de autoseguridad. Pero unos y otros se olvidan de que «Europa es la patria de los derechos humanos y cualquiera que ponga el pie en suelo europeo debería poder experimentarlo». Los emigrantes –ha dicho el Papa– no son números, son sobre todo personas «con su vida a cuestas». Visitando los campos de acogida en Lesbos uno se daba cuenta de hasta qué punto resulta insoportable y vergonzoso que sigamos cerrando los ojos ante una tragedia de tan colosales proporciones. Como les dijo el Patriarca Bartolomé a estos parias de la tierra: nuestro mundo será juzgado por cómo os ha tratado.

Antonio PELAYO