Nacionalismo

Manifestómetros

La Razón
La RazónLa Razón

Para quienes interpretan «manifestómetro» en mano que el independentismo ha tenido, dentro de la campaña catalana, un favorable punto de inflexión en la excursión de varios miles de «muy cafeteros» a Bruselas este pasado jueves, para difamar al Estado y manifestar su odio contra lo español convendría refrescar –encuestas al margen– algunos indicativos datos relativos a los síntomas que muestra un bloque ensimismado en su pedaleo de hamster sin salir del bucle franquismo –presos políticos–155–represión. Casi metidos sin darnos cuenta en el ecuador de la campaña parecen muy evidentes hechos como el potro de tortura que suponen los debates electorales para algunos candidatos de «Junts per Cataluña» y sobre todo de ERC cuya nueva «Prima Donna» Marta Rovira ha tenido que ser «retirada» de tan complicados lances. ¡Maldita la hora! debe de estar repitiéndose Junqueras encuestas en mano. El descabezamiento y evidente ausencia de líderes no virtuales ni holográficos –entendiendo por ello los que tuvieran recorrido tras el «21-D»– no sólo les dificulta el discurso de futuro, sino que les hace imposible un mínimo relato relativo a las razones por las que prometieron algo –hoy día 44 de la «república de nunca jamás»– que sencillamente no podían cumplir, con lo que la tónica dominante es una permanente improvisación en busca de la épica perdida, para lo que no se duda en recurrir al ectoplasma de Franco, a las «tortuosas» hamburguesas muy hechas y la comida flatulenta de la prisión «turca» de Estremera o a darles la tabarra a unos camareros y comerciantes de Bruselas, cuya policía local comparte ojo clínico con la guardia urbana de Barcelona a la hora de contar cabezas, «1 más 1 igual a tres».

Con esos mimbres, lo que queda son «mascletás» de inquina hacia la UE y uno de sus estados miembros gastando toda la pólvora aún no mojada del barril. «No imaginábamos tanto odio hacia lo español», apuntaba un corresponsal francés contemplando la marcha «amarilla» del jueves, tras lo que otro corresponsal, en este caso español y nacido en Cataluña para más señas, accedió a explicar a su compañero que los llegados a la capital europea eran la esencia muy... pero que muy concentrada de un importante número de catalanes que aún no han demostrado –qué le vamos a hacer– ser la mayoría; que proceden en el caso de sus dirigentes de una burguesía trufada de «pijez», modernidad ficticia y pacifismo impostado y que estaban allí con su DNI español y la misma actitud de turisteo paleto que supura el propio Puigdemont ensimismados en su verdad indemostrable y su mundo cerrado al que regresarían tras la compra de bombones «Leonidas» en los vuelos charter y autobuses fletados por entidades subvencionadas obviamente con dinero público. Pues bien, frente a ello y con independencia de quién le deba a quién una investidura, hasta podría vislumbrarse una lejana oportunidad de cambio, esa que libere a catalanes y españoles de seguir sufriendo, como aquel compañero de celda de uno de los «Jordis» una «matraca» que amenaza con convertirse en «traca» dada la dieta de Estremera.