Martín Prieto

Máxima ansiedad

Máxima ansiedad
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Saturada de noticias ominosas, la sociedad española parece transida en un estado de máxima ansiedad como demuestra el hervor desmesurado a cuenta de la imputación de la Infanta Cristina por un juez de instrucción de Palma de Mallorca. Cuando, además, se solapan las informaciones judiciales con las miserables del corazón, está puesta la mesa camilla del morbo más analfabeto. Por lo general los juristas escriben mal e «imputado» suena a «palabro», aunque compromete poco más que un testimonio. La Justicia portuguesa, más amable lexicográficamente, establece la figura del «argüido», menos incriminatoria. Como en todas las monarquías, el Rey es inimputable pero luego nos olvidamos de tejer una carcasa de armiño sobre los parientes directos del Monarca y que forman su Casa personal. Lo peor que podría hacer el Rey es abdicar, dado el contexto, pero si lo hiciera ni siquiera hay legislación que defina su estatus de Rey-padre, ni donde habitaría ni qué representación tendría. Dicen que la Infanta debería dimitir, como si pudiera hacerlo una hija de su progenitor, y, a la postre, Doña Cristina es la séptima en la línea de sucesión al Trono y los derechos dinásticos ya están enderezados en la progenie del Príncipe de Asturias.

Las renuncias de la Infanta serían daños colaterales autoinfligidos sin importancia institucional. Por otra parte es contradiós que esté aforado un salteador de mercados y no una Infanta de España, que pueda argüir entre el Tribunal Supremo sin hacer el paseíllo en la capital de su ducado. El gran Helmut Khol, Jacques Chirac, Nicolás Sarkozy, han pasado horcas caudinas judiciales habiendo sido canciller y presidentes de Francia. No es hacer de menos a la Infanta pero aquéllos fueron mucho más importantes que las desconocidas Infantas de España, con excepción de «La Chata».

Lo de Doña Cristina es una tormenta en una taza de té provocada por alucinaciones colectivas, excitaciones de una ansiedad privada de ansiolíticos y entregada a la podre de los Twitter. Si nos rescataran como a Chipre, tendríamos los nervios más templados. Mel Brooks, en «Máxima ansiedad».