Manuel Coma

Megaespionaje

El primero y, en sus dimensiones, único acto de megaterrorismo originó el megaespionaje. El primero fue un acto de audacia con medios simplicísimos. El segundo es sólo posible gracias a la más avanzada tecnología informática: la acumulación y el cruce de miles de millones de datos de llamadas telefónicas e e-mails, en busca de pautas significativas en la lucha contra el terror.

El tema sigue completamente vivo, hasta el punto de afectar directamente a las relaciones de Estados Unidos y Rusia, con la suspensión de la entrevista entre Obama y Putin, por el asilo concedido al delator americano. En América no amaina la polémica sobre el equilibrio entre libertad y privacidad por un lado y seguridad por el otro, sobre si la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), la especialista en espionaje de señales de comunicación para la que Snowden trabajaba como contratado, violó principios o leyes y sobre cómo hay que cambiar éstas para ajustarlas a aquéllos. El caso une en común indignación a los extremos: la derecha de la derecha –libertaria– y la izquierda de la izquierda, los que impúdicamente se llaman a sí mismos «progresistas»; los primeros por su antiestatismo, los segundos por su culto a las libertades civiles.

Snowden no ha revelado nada que en líneas generales no se supiera o al menos que los medio enterados no dieran absolutamente por supuesto, incluidas la inmensa mayoría de los terroristas competentes. Ya hacía muchos años que Bin Laden y los suyos no utilizaban el teléfono en ninguna de sus variantes y no enviaban e-mails. A lo sumo, estos profesionales entran directamente en el ordenador de su corresponsal, utilizando cualquiera de los programas que se pueden descargar gratuitamente. Si alguien te mete algo en tu buzón, de nada vale tener Correos controlado.Utilizaban el muy elemental método de mensajeros, cuidando de que hubiera varios secretísimos relevos entre el remitente y el destinatario. Con todo, fue la identificación de uno de éstos lo que le costó la vida al emir de Al-Qaida. Nada es perfecto, ni por un lado ni por el otro.

Ahora hemos sabido, a propósito de toda la barahúnda organizada, que el 11-S pudo haberse evitado si una llamada telefónica de entonces hubiera podido ser procesada con los medios actuales. Y como las redes terroristas son tan vastas y tantos los que actúan por fuera y tan indirectos los medios de comunicación a los que recurren, llamadas e e-mails sigue habiendo, de todas formas, y los detalles hechos públicos por el sopla-silbatos –«whistleblower», así se llama a los que denuncian a su organización– han bastado para que en el mundo del terror se haya procedido a cambios en los procedimientos que los hagan más impenetrables. También ellos se toman la seguridad en serio, para mejor amenazar la nuestra.

El general Alexander, director de la NSA, ha revelado recientemente que, de 54 actividades terroristas identificadas a través de sus programas, 42 fueron desbaratadas, entre ellas la conjura para producir explosiones en el metro de Nueva York en el 2009. «¿Qué hubieran supuesto para nuestras libertades civiles y nuestra privacidad?», se preguntaba con toda intención.

Debe dejarse claro que lo que la agencia recopila y analiza informáticamente son contactos de voz o texto, no los contenidos de los mismos, lo que requeriría millones de empleados y supondría un volumen absolutamente inmanejable. Cuando de su análisis surge una pauta sospechosa de comunicaciones, lógicamente a partir de algún indicio previo, solicita un mandamiento a un tribunal especializado para que la compañía privada a través de la que se realizó el intercambio entregue los contenidos. Lo hace por medio del tan distorsionado programa PRISMA, en realidad una mera aplicación informática para responder a la demanda judicial. En el 2012 hubo 1.865 órdenes judiciales de este tipo. Sin esas autorizaciones no se puede espiar a ciudadanos en territorio nacional. Distintas y más problemáticas son las comunicaciones con el extranjero, sujetas a menos restricciones, aunque siempre relacionadas con posibles contactosd terroristas.

Por último está el espionaje a otros países. Ahí tampoco se ignora que cada uno hace lo que puede, con muy escasos escrúpulos. La diferencia es que los americanos suelen poder más. Que los rusos y chinos acusen a Estados Unidos de hipocresía al respecto es extremadamente hipócrita. La cosa no es muy distinta con países amigos, pero más escandaloso y en algunos casos ilegal. Snowden ha sacado a la luz lo que habitualmente se sobreentiende y trata bajo cuerda, poniendo en un brete tanto a espías como a espiados, que no pueden dejar de rasgarse las vestiduras. Desde luego, lo que averigua sobre terrorismo Estados Unidos lo comparte con sus aliados, al menos si les afecta. El espionaje industrial asegura no practicarlo, y nunca se ha demostrado que lo haya hecho, pero sí lo sufre. El espionaje comercial lo practica para defender a sus empresas de competencias deshonestas, como los sobornos tan inevitables en el tercer mundo.

Pero lo importantísimo, lo que representa una catástrofe, es lo que Snowden se llevó y no ha hecho público: el cómo lo hacen. Chinos y rusos estarán ya al cabo de la calle.