José Antonio Álvarez Gundín

No es un cuento

Empujados por el desempleo y la dureza de la crisis, el año pasado retornaron a sus países de origen 546.000 inmigrantes. Más del 10% de la población foránea que vive en España. Desde que estalló la burbuja del ladrillo, las diferentes comunidades nacionales han sufrido una hemorragia incesante, en especial la ecuatoriana y la rumana. Pero no todas. Hay una que en vez de disminuir, aumenta año tras año y exhibe una vitalidad exultante: la china. Si en 2004 estaba compuesta por 62.500 personas, hoy supera las 181.000. ¿Por qué los chinos resisten mejor la recesión y hallan en España la oportunidad que a otros inmigrantes se les escapa? También conviene preguntarse por qué encuentran trabajo en medio de cuatro millones y medio de españoles desempleados. Las respuestas no desvelan ningún secreto ni apuntan a oscuros designios. La comunidad china prospera y crece por tres razones: trabajan duro, son emprendedores y se apoyan en una red familiar o grupal con gran capacidad de resistencia. Ellos no esperan a las subvenciones, a los subsidios o a las prestaciones sociales para llegar a fin de mes o pagar el alquiler. No se refugian en la queja permanente. Confían sólo en sus propios medios y en sus allegados. No escatiman en horas de trabajo ni en capacidad de entrega. Si fracasan en un negocio, abren otro y si pierden el empleo, se ponen de inmediato a buscar trabajo. Ciertamente no todo es trigo limpio entre los chinos y de vez en cuando se descubren verdaderas tramas de esclavitud, de explotación sexual y de mafias altamente peligrosas. Pero ésta no es, ni mucho menos, la tónica general de una comunidad que nos enseña a los españoles cómo hacer frente a la crisis y vencer la adversidad sin necesidad de abandonar el país: con esfuerzo y apoyo mutuo. No es ningún cuento chino.