Belleza

Noticia de un enemigo

No sé si me sucederá lo que a Ícaro, cuyas alas de plumas y cera se fundieron por volar hacia el sol... Lo digo porque hoy me enfrentaré a él. Es ese astro, cierto, fuente de toda vida, pero también mensajero de las arrugas, de la fealdad y del envejecimiento prematuro.Y de los cánceres de piel. Me desespera, al llegar el verano, ver cómo la gente, sentada en las terrazas de los bares o tumbada en la arena de las playas, ofrece su piel a los mortíferos rayos del sol. Es asombroso que a estas alturas aún no se hayan enterado del riesgo que corren. Riesgo, no: certeza de que a medio plazo pagarán un duro peaje por tan estúpida costumbre. ¿Han visto ustedes alguna china o japonesa que se exponga al sol? Será difícil. Lo que en esos países se considera bello es la inmaculada blancura de la piel. Tienen razón. Nuestras abuelas lo sabían. ¿De dónde viene la creencia ?más bien superstición? de que las mujeres bronceadas son más atractivas? Las japonesas jamás salen a la calle, ni siquiera en invierno, sin proteger el rostro con cremas contra los rayos ultravioletas de altísimo factor de protección. Ya sé que Ud., españolita que me lee, no va a hacerme caso, pero permítame que le dé, por lo menos, dos consejos, y perdone que lo sean, por así decir, de cajón. Jamás tome el sol después de las diez y media de la mañana, a todo tirar, ni antes de las cinco de la tarde ?hablo de la hora legal?, y nunca lo haga durante más de veinte minutos boca arriba y otros tantos boca abajo.El segundo consejo ya lo di: hágalo siempre con la crema de mayor índice de protección que exista en el mercado. Sobra añadir que los varones deberían hacer lo mismo. Pero ni ellos ni ellas lo harán... ¡Hale, a la parrilla!