Relaciones internacionales

Obama, ¿qué les das?

La Razón
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El deseado Obama viene a España por fin y, curiosamente, lo hace en el mandato del frío Rajoy y no en el de su enamorado Zapatero. Ironías de la coyuntura política. Hace quince años que un emperador americano no pisaba España y el más admirado de todos ha, quizás involuntariamente, tardado.

En el inicio del reinado de Felipe González vino Reagan, que aquí fue ridiculizado por discursear con el «teleprompter». Poco importó que jugara un papel clave en enterrar la Guerra Fría, hacer estallar la URSS y cambiar el mapa de Europa. Aquí, americano y de derechas, ¡vamos hombre!, resultaba un actor secundario, de gatillo fácil, un poco mamón. En su país era admirado y ahora casi reverenciado.

Luego llegó Clinton, encantador, simpático, ligón, listo, con química con Don Juan Carlos y que nos hizo un impagable servicio cantando la belleza de Granada y los atractivos de España.

No faltó Bush. Al contrario, auténtica primicia, escogió la España de Aznar para debutar en Europa. Un éxito. Habría sintonía entre los dos presidentes. Bush no quería que todas las relaciones con Europa pasaran por los tres grandes de la UE y deseó enviar un mensaje a los países del Este que entraban en la democracia: el ejemplo de España era bueno. Prometió cooperación contra el terrorismo y aunque discrepó con Aznar –medio ambiente, Oriente Medio...– las relaciones entre los dos políticos alcanzaron cotas sin precedentes. Nuestro presidente lo apoyaría al máximo después del atentado de las Torres Gemelas, lo que consta Bush apreció. El apoyo llegó hasta seguirlo políticamente en la intervención en Irak. La sociedad yanqui, no sólo Bush, agradecieron el gesto que tendría un gravoso coste posterior para Aznar.

El americano dejo a la intemperie a Zapatero, único mandatario occidental al que no recibió en la Casa Blanca, un récord, no por no haberse levantado al paso de la bandera americana, sino por la precipitada retirada de Irak y unas estúpidamente adanistas y gratuitas declaraciones sobre el conflicto que irritaron a la cúpula de EE UU. Doy fe.

Al llegar Obama, nuestro presidente pensó que había que restañar heridas cuanto antes. Llevaba toda la razón, pero lo malo es que se enamoró del elocuente americano en su primera conversación telefónica. Él quedó prendado, sólo había que oír a los corifeos monclovitas de la época( «¡qué complicidad, qué sintonía más asombrosa entre los dos!», entonaban) y el americano, más realista, no se conmovió mayormente. Se abría una nueva y buena página entre las relaciones, pero sin mayores efusiones amorosas. Obama tenía otros favoritos, Lula, por ejemplo. La prueba de que las relaciones eran sólo normales vino cuando Obama, a pesar de los requiebros constantes de Zapatero y de los esfuerzos tenaces de nuestra Embajada en Washington, no acudió a España ni siquiera para la proyectada Cumbre entre EE UU y Europa, aquella que provocó la inmortal frase cósmica de Leire Pajín, cuando sí había asistido a la anterior en Praga. Sin pretender desairar a Zapatero, era evidente que el americano quería ser amigo pero enamorado, lo que se dice enamorado, no estaba.

Aparece ahora, ganas tenía, cuando él es un «patito cojo» políticamente, pero aun cojeando le quedan seis meses, se mueve y actúa significativamente. Ha estado en Hiroshima, hizo un elegante discurso que pronuncia magníficamente y en Vietnam, los comunistas, antiguos enemigos, querían masivamente tocarlo y fotografiarse con él. Sabiamente, viene después de las elecciones para que no se chupe cámara con su figura... Rajoy sacará así sólo un poco de pecho. Vino con él, pero cuando estaba en funciones. No obtendrá réditos por la fecha postelectoral. Si Obama perorara sobre algún tema importante siento no estar en la sala. No por ver los ojos húmedos de Zapatero, sino por oírlo. En la oratoria tiene algo de Ponce y de José Tomás.