Pilar Ferrer

Órdago sin retorno

Obstinado en su delirio secesionista, Artur Mas acaba de redondear el dislate. Su negativa a la propuesta de tercera vía, magníficamente y con toda sensatez esbozada por Josep Antoni Durán i Lleida, es la gota que colma el vaso de una Federación aguada por todas partes. Los ingentes esfuerzos de los hombres de Durán en Madrid, cuyo grupo parlamentario fue siempre modélico, por tender puentes y dialogar con raciocinio, se hacen añicos ante la actitud de Mas. Un político claramente amortizado, por lo que se echa al monte en manos de Esquerra Republicana. Hasta el inefable Jordi Pujol y familia critican, en privado, la conducta de un «hereu» que ha salido trasquilado y se carga un poder de treinta años. Hay algo en lo que todo catalán coincide: estamos en un punto de no retorno, con una sociedad fracturada y un daño irreversible. Cuando la política se reviste de sentimientos exacerbados, mala cosa. El poso independentista ha calado en una parte de la sociedad catalana, mientras otra lo rechaza de plano. Frente al derecho a decidir, está el otro derecho a saber, bien esgrimido por el PP, como única esperanza. Junto a fuerzas como Unió, en contra del separatismo. El PSC, que ha de volver a sus señas de identidad. Y por supuesto, Albert Rivera, un líder emergente, con voz propia, sin tapujos. La llamada mayoría silenciosa necesita ser escuchada, protegida por unos dirigentes responsables, alejados de veleidades trastocadas.

El reciente debate en el parlamento de Cataluña ha sido de una banalidad enorme. Ni un solo problema que afecte al ciudadano, solo la consulta famosa, que ya empieza a saturar bastante. Es un desafío sin salida, pues Artur Mas sabe que ni el Gobierno, ni el Congreso, van a autorizarla. Seguirá los pasos de Ibarreche y aquel Plan que cercenó su vida política. Escribió Antonio Machado que «el loco vocifera siempre a solas con su quimera». Debería tenerlo en cuenta el señor Mas y detenerse a tiempo. Con la puerta de Europa, cerrada. Y la de España, bastante cansada.