Ángela Vallvey

Partidos

Un partido político es «un conjunto o agregado de personas que siguen y defienden una misma opinión o causa». El impulso principal suele ser conseguir el objetivo de alzarse con el gobierno de una nación y así poder llevar a la práctica, en forma de leyes, el ideario que les había reunido alrededor de un idéntico empeño. Los partidos políticos deberían ser instituciones, o sea, organismos que desempeñan una función «de interés público», por decirlo con palabras de la RAE. El concepto de institución tiene connotaciones siempre positivas: desprende por lo general un sentido fundacional, socialmente benéfico, de guía necesaria en el devenir humano. Utilizamos la palabra «institución» cuando queremos resaltar una cualidad provechosa: decimos que Fulánez es una institución en la música, o que la Real Academia de la Lengua es una institución en tal o cual país. Las instituciones «hacen» el Estado, y sobre todo la civilización.

Una empresa es una organización dedicada a actividades mercantiles, industriales o de prestación de servicios que persigue fines legítimamente lucrativos. También se denomina así a una tarea difícil que supone tesón y esfuerzo. El concepto de empresa no debería ofrecer evocaciones negativas, pero nosotros tenemos esa costumbre tan española de denostar el afán de lucro como si fuese algo diabólico. Un prejuicio contra todo lo que huela a «esfuerzo y/o lucro», fruto de una sociedad hipócrita, medrosa, que ha digerido mal el catolicismo (¡y el franquismo!) y que por ello tiende a un igualitarismo empobrecedor que nos ha convertido en una cofradía del disimulo, del tapadillo, del «que no se note a ver qué van a decir»...

Los partidos políticos de la joven pero trotona democracia española han cometido el error garrafal de funcionar como empresas –y no muy limpias–, mientras trataban de aparentar que eran instituciones. Y así estamos ahora...