Julián Redondo

«Perispiqué»

La Razón
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Ganaba el Atlético de Madrid al Real Betis, holgado, como si no hubiese un martes, cuando Oblak, portero que hace milagros, cometió un error impropio, más estúpido que doloroso. El mejor maestro echa un borrón, que es menos grosero si no tiene trascendencia. No la tuvo. En el clásico no se esperaban fallos así, ni de Claudio Bravo ni de Keylor Navas. Pero nadie es perfecto, ni siquiera los guardametas que con alguna de sus intervenciones anuncian la inmortalidad. Los futbolistas son ídolos, mortales a pesar de todo, pero hay clases. Y como hay categorías también hay miedos. El Real Madrid lo tuvo al principio, que no es lo mismo jugar al contragolpe que agazapado. Sufrió. Sergio Ramos vio la primera amarilla y el árbitro pudo mostrarle la segunda al zancadillear a Messi sobre la raya, pero rozó la pelota con la potra suficiente para zafarse del peso de la ley. No hubo mucho más picante en la primera parte, que concentró la emoción en el minuto 14, ovación de gala a Cruyff; homenaje natural que choca con el postureo del 17:14.

Por lo visto ayer, no hay diez puntos de diferencia entre los contendientes. Cuando empezó a correr el Real Madrid y Cristiano Ronaldo y Bale se implicaron en labores defensivas, el partido adquirió el equilibrio propio del Clásico con suspense. El dominio azulgrana no maduraba, hasta que el destino movió ficha y marcó el enemigo número uno del Madrid, «Perispiqué» o «Piquéscope», que tanto monta.

¡La que se avecinaba! Entonces empató Benzema, que sólo chirría lejos del estadio. Con el gol creció el equipo solidario organizado por Zinedine Zidane, qué además de correr ahora jugaba... Con diez jugadores, porque Sergio Ramos agotó la suerte después del tanto anulado a Bale; aunque Ronaldo con el suyo impartió justicia. Perdió el Barça y ganó «Zizou». Atleti, toma nota para la «Champions», el Barça no muerde.