Ángela Vallvey

Plagios

La Razón
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Según la RAE, plagiar es «copiar en lo sustancial obras ajenas dándolas como propias». Siento un depravado interés por la cosa del plagio porque siempre he sido carne de tal cuestión. A mí me han plagiado mucho –modestia aparte–, sin citarme nunca. Soy tan propensa a ser plagiada que yo misma me he autoplagiado en unas cuantas ocasiones (pocas, menos de las que me hubiese gustado; vivo resistiendo la tentación de volver a hacerlo). Me han plagiado incluso varios negros de políticos que, después, si se tropezaban conmigo en algún sarao, daban un respingo al verme y media vuelta. Como si yo fuese una pared. Me daba complejo. Y tener complejo de tabique medianero no es algo fácil de llevar. Créanme.

Una vez, buscando en internet un refrán que no recordaba exactamente, encontré una página que alojaba toda una lista de frases sacadas de mis libros y artículos, colocadas ahí como si fuesen proverbios de la época de Félix María Samaniego. Quien las había recogido las daba por anónimas, producto del acervo popular. O, simplemente, no le había salido de las teclas mencionarme como autora. Resultó irritante, porque pensé que cualquiera que las leyera después en mis textos creería que yo me había limitado a copiarlas, en vez de darse cuenta de que otros me habían copiado a mí. Me parecía injusto, pero hace tiempo que asumí que estas cosas son inevitables. Hasta que no se invente un programa informático que detecte los plagios y los pueda indexar y datar, seguirá habiendo víctimas y victimarios de la confusión y el engaño. El plagio es una artimaña que se desenvuelve estupendamente en los tiempos de la posverdad.

En mi majadera e inútil lucha por defender cierto sentido de la «autoría», he llegado a inventar citas que atribuía a otros autores (por lo general, a clásicos ya difuntos, que no se pueden quejar). Luego he visto, estupefacta, que algún coetáneo reproducía la cita ideada por mí, atribuyéndosela al clásico al que yo se la encasquetaba. Los plagiarios –está comprobado– se cortan un poco más cuando el autor tiene una celebridad cimentada por el canon de los siglos. La impunidad para plagiar es proporcional al respeto al autor, pero son tan malos tiempos para la autoridad, la originalidad y la propiedad, que más le vale a una olvidarse del tema y... seguir autoplagiándose como si nada (para que me plagien otros, ya me encargo yo misma).