El desafío independentista

Recuperar el relato

La Razón
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Pues sí, hoy es lunes 2 de octubre de 2017 y a la hora de leer este artículo, ya se ubique usted en Barbate, en O Grove, en Talavera, en La Seu d’Urgell o en Cadaqués, continuará contemplando el mismo denominador común. Se encuentra en un gran país forjado durante siglos llamado «España». En este punto, todavía caliente, lo lamentablemente visto y oído en la jornada de ayer, con ese intento de vender al mundo «el éxito de un pueblo frente a la represión» y con independencia de que el Estado continúe viéndose obligado a poner pie en pared aplicando todo el legítimo peso de la constitución sobre nuevas «fases» del desafío, lo que toca de una vez por todas es afrontar la extremadamente complicada labor de deconstruir una diabólica bullabesa cocinada a fuego lento durante décadas. Se trata de ir recuperando con toda decisión el terreno ganado por el independentismo al estado en eso que llamamos «el relato», plaza a plaza, esquina a esquina, puerta por puerta.

No es cierto que la batalla del relato se gane por el mero hecho de convertir en verdades falacias mil veces repetidas. Se gana dando la cara en el día a día, mostrando y defendiendo sin complejos las ventajas de una realidad democrática amparada por una de las constituciones más progresistas del mundo, levantando la cabeza frente a la infamia y sobre todo y ante todo cortando el paso al argumentario del abandono, de la incomprensión, del distintanciamiento por parte del estado en todas sus formas. Los miles de catalanes que este sábado salían, casi de manera espontánea a defender la unidad de la nación, reflejo de una mayoría no tan silenciosa son la prueba palmaria de que no está todo perdido. Ellos tienen un relato sin complejos que pasearon por la barcelonesa vía laietana hasta abarrotar la plaza de Sant Jaume.

Tampoco es tarde para que las miserias partidistas den paso a la altura de miras. El Congreso de los Diputados debe pasar de las sesiones circenses, casi de permanente e inoportuna tensión electoral a ocuparse de cuestiones de la gravedad que nos ocupa. El modelo territorial por supuesto puede replantearse, la Constitución por supuesto puede reformarse, pero la integridad del Estado, sus símbolos, sus instituciones empezando por la corona y la historia que nos une, deben quedar desde ya fuera del debate político.

Cataluña está quebrada, en barrios, pueblos y hasta familias, por eso la urgencia de recomponer con la legalidad en la mano será un ejercicio didáctico titánico. Quienes manosean el término «diálogo» con los que nunca han querido dialogar tienen que ir explicando –que ya toca– sobre qué y en base a qué, más allá del manido recurso de cargar –señora Colau– sobre la figura de un presidente del Gobierno y teniendo claro que el mas inmediato y público consenso puede que tenga más que ver con el artículo 155 de la Constitución. Hablen pues y no paren, sobre todo porque –señor Iceta– lo primero es no permitir ni un paso más hacia atrás del Estado de Derecho en Cataluña.