José María Marco

Sentido común

Todos los veranos, Angela Merkel asiste a las funciones wagnerianas de la colina de Bayreuth, aunque se guarda muy mucho de opinar acerca de las atrocidades que se ven allí desde hace tiempo. Este año, además, ha amenizado su asueto con una clase, relatada antesdeayer en las páginas de LA RAZÓN. Los alemanes estén en campaña electoral, y eso también explica el contenido del acto, que versó sobre los recuerdos de la joven Merkel en la República Democrática. La canciller recordó un pasado duro y el salto que ha dado su país desde entonces. Es una manera de apurar la expresión del patriotismo, siempre problemática en Alemania, pero a la que Merkel no parece estar dispuesta a renunciar.

Las lecciones de Merkel, por otro lado, se cotizan en todo el mundo. El número de funcionarios y políticos británicos de visitan Alemania, por ejemplo, se ha cuadruplicado en los últimos cuatro años, según fuentes del Reino Unido. Incluso Boris Johnson, tan próximo a la ultraderecha británica, se declara admirador del milagro alemán... Hay quien espera todavía, por otra parte, que tras las elecciones de septiembre y la previsible victoria de la CDU, la política de austeridad que Alemania ha impuesto al resto de los socios europeos se suavice. Es hablar por hablar. Ni resulta atractivo para los alemanes, ni le gusta a Angela Merkel, que no cree en recetas mágicas, y mucho menos a costa de endeudar a su país. Tampoco parecen previsibles grandes cambios en ningún otro sentido. La consigna favorita de Merkel es la de los «pequeños pasos», que garantizan la continuidad. El liderazgo que practica, que es la búsqueda del consenso desde el centro, le ha garantizado, y le garantizará, el respaldo de su partido en las grandes decisiones de política europea. Eso sí, el período electoral la obliga a distanciarse de las propuestas socialdemócratas. A diferencia de lo ocurrido en estos años, cuando se ha inclinado a la izquierda, ahora ha aclarado que no va a seguir las recomendaciones de sus adversarios. Ni va a subir los impuestos –una medida que considera «venenosa»– ni va a obligar a los empresarios a pagar un salario mínimo más alto. Son dos de las escasas propuestas originales de unos socialdemócratas desnortados. Hace poco le preguntaron a Peter Steinbrück, el candidato de izquierdas, en qué eran socialdemócratas sus propuestas y contestó que lo eran porque las decía su partido. Recuerda un poco a nuestro Óscar López, el líder socialista, que en las últimas elecciones no sabía por qué había que votar al PSOE.