Agustín de Grado
Sin máscara
Cuenta Teo Uriarte que cuando Josu Ternera envió la carta a Zapatero planteándole abrir el proceso de paz, el presidente, entusiasmado, le confesó a un ex político vasco: «¡Quieren hacer política!». Éste agarró entonces de la manga a Zapatero y le respondió: «Presidente, ¡nunca han dejado de hacer política!». Eso ha sido ETA siempre: un proyecto político. Liberticida, excluyente y de ruptura de España. Mató mientras creyó que así alcanzaría sus objetivos, dejó de hacerlo cuando entendió que las treguas le favorecerían y aprovechó la ocasión histórica que un presidente infantiloide le brindó para convertir una derrota real propiciada por la determinación policial y la fortaleza de la ley en una oportunidad estratégica para superar su debilidad.
Que los pistoleros más sanguinarios salgan ahora de la cárcel acompañados de violadores y psicópatas no es prueba de la derrota de ETA. En todo caso, lo es de una democracia acomplejada durante años en el castigo del crimen. Pero el proyecto totalitario de ETA sigue ahí. Ahora, avalado por las urnas. Tan legítimo como cualquier otro, pues. Tanto que el presidente de Sortu ya no necesita máscara: «La decisión que HB tomó hace 35 años fue acertada. No estamos dispuestos a rechazar ni revisar nada de aquello. Reivindicamos lo que fuimos y lo que somos, lo que hicimos y lo que hacemos». ¿Derrotados? Su proyecto ideológico avanza en una sociedad que, huérfana del liderazgo para combatir las imposiciones proetarras en «la resolución del conflicto», flojea en sus resortes morales y comienza a asumir la exculpación del terrorismo y la renuncia a la crítica del pasado como condiciones para la convivencia. Que entonces será pacífica, no libre.
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